Por Leticia Villaseñor

Zacatepec, Mor., 17 de septiembre.- El sol ocultó sus lenguas de fuego lentamente. Los insurgentes asechaban en las inmediaciones de la Alhóndiga de Granaditas donde estaban atrincherados los soldados españoles y varios civiles. La acción fue comandada por Miguel Hidalgo y acabó con la vida de decenas la noche del 28 de septiembre de 1810.

La tarde del viernes esta escena fue recreada en un campo deportivo al sur de la entidad, en el poblado de Tetelpa en Zacatepec frente a cientos de espectadores que deben esquivar los proyectiles sin mayor protección que su agilidad, distancia prudente de los dos bandos y un poco de suerte.

El narrador es el verdadero protagonista del acto. La historia que cuenta está entrelazada con anuncios locales, peticiones para que los participantes no ingieran bebidas alcohólicas, no ingresen al campo de batalla y es quien ordena una y otra vez a los combatientes detengan sus ataques.

El acto ha iniciado alrededor de las 18:00 horas desde hace 86 años en esta comunidad. Lo primero que se observa es el “granero” hecho con palmas secas, con banderas españolas al tope y varios soldados custodiándola, con su fusil al hombro listo para el ataque. Alrededor hay varios cañones caseros.

Un diminuto apancle sirve de “frontera” y algunos árboles jóvenes con los troncos muy delgados dan cierto resguardo.

El narrador da las gracias porque los participantes no vayan tomados o drogados, advierte que si se portan mal serán detenidos.  Acto seguido da un anuncio para localizar a la esposa del edil de Zacatepec, Francisco Salinas y de inmediato previene sobre la presencia en el campo de un niño.

“Juan, ya vimos que tu hijo anda vestido de indígena,  sácalo de ahí, nosotros no te lo vamos a cuidar”, le dice por el sonido local.

Hecho lo propio, anuncia la entrada de la Malinche, una escaramuza que avienta los tamales de ceniza entre la gente que aprovecha la confusión para atacar al enemigo o al que se le ponga enfrente. Los tamales no son mas que unos pequeños envoltorios de papel cubiertos con cinta canela rellenos de ceniza.

Es el inicio de la acción. El cura don Miguel Hidalgo, un hombre de unos 45 años que lleva una sotana negra y una mala peluca blanca y desaliñada a la que le arrancaron la parte dela coronilla, da la voz de ataque para iniciar la toma del lugar. Solo que este año, el cura olvidó el discurso y se llevó el abucheo del respetable.

Varios cohetes “buscadores” son arrojados perseguidos por un perro que les ladra furioso, mientras el estruendo de al menos seis cañones ensordece a la multitud. Una lluvia de tamales cae sobre las tropas enemigas. Ambos bandos corren en busca del enemigo aprovechando la nube de pólvora. El primer ataque sólo dura unos minutos.

Suena un silbato que todos ignoran. La nube se ha disipado y el enemigo está ahí enfrente. El staff lanza advertencias lo mismo que el narrador.  La presencia de los policías y el amago de ser arrestados inhibe un poco el ánimo.

Los cañones se preparan de nuevo lo que es aprovechado para rescatar a una damisela que representa la Patria. De nuevo el estruendo y la lluvia de tamales, que salen de todas direcciones. Así se realizan cuatro ataques en los que el grupo de indígenas va mermando la fuerza de los gachupines.

No falta el aguerrido entre el público que es reprendido por meterse al campo de batalla y recoger parque, los pocos tamales que no se destruyen al impacto con los cuerpos o con el suelo.

“Si quieren participar terminando se apuntan con don Luis, del comité pa’l próximo año, orita no”, regaña el narrador.

Luego surge el Pipila con su loza a cuestas. Lleva una antorcha encendida y burla a los guardias, prende la mecha y más de 100 cohetes dispuestos alrededor de la Alhóndiga estallan. Este año se decidió que fuera sólo el estallido de éstos y no la quema de toda la estructura de palma a fin de evitar accidentes, como el año pasado.  Y es que dentro de la débil estructura hay al menos unos 20 soldados.

Los tamalazos han acabado con saldo blanco. Uno que otro  participante o reportero sufre los estragos de la ceniza en los ojos, que causa tremendo ardor.  El equipo de ayuda trae una cubeta con agua, moja un trapo y listo.  Si alguien salió herido, están los paramédicos junto a la ambulancia prestos para su atención.

Pero todo termina con buen ánimo. El chiflido de los cohetes alerta de nuevo.  Dos toritos corren entre la gente que grita, ríe y aplaude.

Ya se alistan los músicos de Tornado y de la Sonora Santanera para ejecutar sus coplas. El narrador agradece a todos especialmente a “los reporteros hasta internacionales que son los culpable de que cada año venga tanta gente”,  dice a modo de cordial despedida.

Ya en la calle, pequeños puestos de “chelas” hacen su agosto y en varias casas hay conjuntos de guitarra, tololoache, acordeón y el cantante que ánima la fiesta familiar del pueblo que se toma muy en serio la tradición.