Por Justino Miranda
Cuernavaca, Mor., 28 de octubre.- De su derribo y destrucción nadie se percató hasta que su cuerpo cercenado lo descubrió personal de Caminos y Puentes Federales (Capufe), en diciembre de 2012.
Una investigadora de arte dice que el ataque a la escultura ecuestre del generalísimo José María Morelos y Pavón ocurrió el 6 de diciembre de aquel año, cuando un grupo armado con soldadura de autógena y seguetas amputaron patas, cortaron su base, desmontaron al general y decapitaron al animal.
Sólo el tronco del brioso equino rodó por el pasto frío que bordea la autopista México-Cuernavaca y así lo encontraron personal de Capufe.
La última vez que lo vieron fue en una bodega, situada en el municipio de Jiutepec, hasta donde acudió el gobernador Graco Ramírez en enero de 2013, para supervisar el daño causado al guardián del estado.
En ese grupo iba Eduardo Tamariz, colaborador de la estatua original e hijo del autor; María Helena Noval, investigadora y crítica de arte, y la secretaria de Cultura de Morelos, Cristina Faesler, responsable de fiscalizar los trabajos de reconstrucción.
El diagnóstico que ofreció el gobernador fue lapidario porque dijo que la reconstrucción del heroico insurgente y su caballo tardaría dos años, ya que las acciones vandálicas lo dañaron en un 50%, al cercenar el cuerpo y dejar prácticamente aislado el tronco del animal elaborado en bronce, cuyo material pretendían robar para su comercialización.
Ya pasaron 34 meses y la escultura ecuestre del generalísimo sigue en terapia intensiva, encerrado, en espera de que sus escultores le regresen patas, cabeza y al Siervo de la Nación.
Fiel custodio del estado que lleva su nombre, José María Morelos y Pavón, mantuvo su posición heráldica en ese lugar aunque desde 1954 ya cuidaba del estado que lleva su nombre pero sin caballo, según el cronista e historiador Valentín López González Aranda.
Dice el cronista que en 1953, el presidente Ruiz Cortines donó al gobierno de Morelos un predio en el kilómetro 46.9 de la autopista México-Cuernavaca, en los límites con el Distrito Federal, en donde se colocó un grandioso monumento de piedra dedicado a Morelos y Pavón, obra del escultor potosino Everardo Hernández, quien radicó por muchos años en Cuernavaca.
Fue un coloso de pie que medía unos siete metros de alto en la que el prócer con su brazo derecho y su dedo índice extendidos, señalaba a la entidad que lleva su nombre. La obra fue inaugurada en septiembre de 1954 por el Presidente de la República, Adolfo Ruiz Cortines y el gobernador del estado, Rodolfo López de Nava.
“Posteriormente esta obra fue demolida y sustituida en 1986 por una escultura ecuestre de Morelos, realizada en bronce por los artistas Ernesto Tamariz, Artemio Silva y Eduardo Tamariz. Esta obra fue develada por el que fuera presidente de la República, Miguel de la Madrid, y es la misma que en diciembre de 2012 fue mutilada por unos delincuentes que pretendían comerciar con el metal”, escribió López González Aranda.
Volver a empezar
En enero de 2013, el gobernador Graco Ramírez declaró que los actos vandálicos fueron grabados con una cámara de un aficionado y con esa prueba se siguen las investigaciones para sancionar a los responsables, aunque hasta el momento se desconocen los resultados de la indagatoria.
“Tenemos que volver a fundir lo que se pueda para recuperar este bronce y vamos a reinaugurar este monumento; colocarlo en su sitio, en la entrada de nuestra entidad federativa con la Ciudad de México”, prometió el gobernador, mientras que Eduardo Tamariz dijo que recuperarían el modelo y después se realizaría la amplificación y regresarían al proceso original para rehacer la estructura.
Precisó Tamariz que sería una nueva pieza porque en las condiciones en que fueron encontrados el corcel y su jinete ya no tenía reparación. Precisó que una vez iniciados los trabajos, la pieza podría ser reconstruida en un par de años.
«Yo calculo, así muy holgadamente, dos años; pero no quiero, incluso, comprometerme con eso, necesito calcular el tiempo, necesito ver gente, ver fundición, ver a todos mis ayudantes.
«Hay que rehacer la escultura; los restos no sé dónde y cómo se va a manejar eso, probablemente se destruya aquí mismo y se reutilice el bronce, porque esto no se puede reparar», declaró a la prensa.
Tamariz recordó que el Morelos vandalizado fue una de las esculturas de mayor tamaño que elaboró con su padre y el escultor Artemio Silva. «Fue uno de los últimos monumentos que se hicieron, en fin, quizá la estatua ecuestre más grande que nosotros produjimos, y no fue la última, mi padre todavía después hizo una estatua ecuestre de Allende, que fue para San Miguel de Allende, de seis metros; esta es de siete metros, es muy grande», precisó.
Al Morelos de la autopista México-Cuernavaca se le recuerda porque el caballo exhibe su pata delantera, del lado derecho, levantada lo que significa que su jinete murió fusilado. La mano izquierda del Siervo de la Nación toma las riendas del caballo mientras que con la diestra sujeta un libro y documentos enrollados.
El Morelotes de Don Lauro
María Helena Noval, investigadora y crítica de arte, encontró que la pieza del Siervo de la Nación vandalizada fue trabajada por encargo del gobernador Lauro Ortega Martínez (1982-1988) junto con otras siete obras, en junio de 1985. El costo del trabajo ascendió a 31 millones de pesos, más nueve millones por concepto de la fundición a la cera perdida, en el Taller Escultura y Fundición Maldonado.
“Además, Tamariz le ofreció (al gobernador) un Morelos a pie que no sabemos si se hizo o no; un Zapata para el municipio de Cuautla de seis metros a pie y otras piezas. El tiempo de entrega estimado era de 13 meses, no obstante, debido a las dificultades técnicas implicadas en la elaboración de la pieza y pese a la ayuda de Artemio Silva y su hijo Eduardo Tamariz, la obra no estuvo a tiempo, impidiéndole a Don Lauro inaugurarla el 30 de septiembre, como estaba planeado”, escribió Helena Noval.
Dijo que ese retraso molestó al gobernador y envió una carta al escultor el 16 de octubre del mismo año, donde lo increpó a presentar la obra en un nuevo plazo estipulado por él, so pena de cancelar los contratos.
Tamariz contestó a Don Lauro en una misiva, escrita a máquina el 20 de octubre, y le dijo que en materia de arte las especificaciones de los expedientes salen sobrando, que la realidad era diferente, que las obras de arte no son productos de una industria, que en su elaboración se multiplican los problemas artísticos, que el modelo de plastilina tiene que satisfacer plenamente al escultor y que aun cuando se alargue el plazo de entrega, primero está la calidad artística.
“¿Qué importa si una escultura monumental se retrasa en su develación unos días, si va a ser admirada durante cientos de años, por muchas generaciones de personas? ¿Qué se debe preferir, ejecutar un ‘mamarracho’ en tres meses, por cumplir un plazo corto exigido en un papel o realizar una obra de arte que represente a un héroe en toda su dignidad y gallardía y durante siglos sea admirada recordando elogiosamente el nombre del autor y el estadista que la mandó construir? Con estas obras no hay que coartar la libertad del artista creador.
“Me apena mucho su amenaza de castigarme económicamente si no cumplo en el tiempo especificado, pues eso me obliga a que mi mejor obra, el Morelos a caballo, la ejecute de prisa, y mal, y no pueda superar con creces el “Morelotes” que con razón detesta usted. Estoy trabajando al máximo de tiempo, le ruego me deje trabajar en libertad de acción y esté usted seguro de que cumpliré como es debido”, compartió Noval en un trabajo editorial.
Tamariz y su trayectoria
Dice Noval que las piezas de Tamariz no son frías a pesar de que se trata de estatuaria oficial. Es un autor, subraya la investigadora, al que hay que reconsiderar como uno de los pilares del imaginario colectivo, porque logró dejar monumentos en todo el país, siendo el más destacado el Monumento a los Niños Héroes ubicado en Chapultepec desde 1952.
Como sucede con los grandes artistas, su trayectoria no solamente abarca la gesta histórica, sino que además produjo escultura funeraria y religiosa de primerísima calidad. Trabajó la talla en madera y también fue pintor, incluso ganó el primer premio, en 1926, del proyecto para unos murales titulados “Apuntalando la mina”, expuestos con bombo y platillo en el Palacio de Minería (los murales finalmente no se pintaron).
También fue caricaturista, pero la vida lo definió como escultor de encargos, dedicando gran parte de su vida a cumplir patrocinios del estado y de la iglesia. Hizo el Zapata de pie que se encuentra en Cuautla y que se distingue por portar una capa larga y estar frente a una mazorca; las Puertas de la Suprema Corte de Justicia, el Altar Mayor de la Catedral Metropolitana en tecali; la Virgen de Guadalupe para la Iglesia de Lourdes en Francia; la escultura monumental del Papa Juan Pablo II en la Basílica de Guadalupe.
Además de algunas piezas para el Instituto Mexicano del Seguro Social, el Xiconténcatl de Tlaxcala, el Allende en mármol para hornacina de la Casa Allende en San Miguel de Allende, Guanajuato; y las esculturas ecuestres de Miguel Hidalgo, Mariano Jiménez e Ignacio Allende, similares a la hoy desaparecida del general Morelos, ubicadas en el Monte de las Cruces, en el Estado de México, para las cuales se deben tomar las previsiones necesarias para evitar que sufran actos de vandalismo como sucedió en este caso, pues ni siquiera se encuentran a pie de la carretera, como éste.
Novela recuerda que Ernesto Tamariz no tuvo en vida una exposición retrospectiva porque se la pasó trabajando para mantener a sus seis hijos, pero sí participó en varias muestras colectivas. Dice que el Presidente Miguel de la Madrid le prometió, y no le cumplió, la publicación de una monografía dedicada a su obra.
Así consta en los archivos del escultor, en los cuales actualmente trabajan tres investigadores bajo la supervisión de la señora Duarte y dos de sus hijos; el objetivo es dar a conocer la gran cantidad de piezas públicas que elaboró, piezas que hoy son referentes urbanos.
En dicho archivo se encuentra la autobiografía que escribió, un texto confesional y anecdótico digno de publicación, porque además de recrear el contexto artístico que vivió, cuenta anécdotas sobre su proceso creativo, como aquella que habla de cómo yendo rumbo a su taller, vio las flamas de una fábrica de vidrio, y eso lo llevó a crear la columnata flamígera que sirve de base a los Niños Héroes, ubicada en Chapultepec.