Por: Uzziel Becerra

El artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos expresa que “Toda persona tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión, de sostener opiniones sin interferencia y buscar, recibir y difundir informaciones e ideas por cualquier medio y sin consideración de fronteras”. En torno al derecho a la información, reconocido en nuestro sistema jurídico, se encuentra una característica primordial de las democracias contemporáneas, el pluralismo, es decir, la coexistencia de la diversidad de ideas, pensamientos así como de personas y sus manifestaciones políticas y culturales.

Giovanni Sartori, uno de los más grandes politólogos contemporáneos, señalaba los siguientes puntos torales del pluralismo: primero, el pluralismo debe concebirse como una creencia de valor, es decir que la sociedad debe asumir como deseable y preferible frente a cualquier intento de homogeneidad; segundo, el pluralismo presupone e implica tolerancia y, por lo tanto, se consolida negando el dogmatismo y el fanatismo, los cuales inhiben cualquier esfuerzo en contrastar ideas; y tercero, el pluralismo exige una sociedad civil autónoma y laica, en la cual el Estado (o las personas que dirigen el Estado) no deben obstaculizar o condicionar ideas, opiniones y mucho menos la difusión de la información.

En Estados Unidos, al igual que en México, los primeros mandatarios se han caracterizado por tener un constante enfrentamiento con la prensa, al grado tal que se comienzan a advertir sobre las consecuencias en perjuicio de la misma. Se olvida que los medios de comunicación son una parte vital de la sociedad civil pues es a través de ella que constituye a la opinión pública. En ese sentido, la labor periodística, tal como lo expresó el periodista de la revista Proceso en la mañanera de hoy, no tiene la obligación de portarse bien con nadie, sino de informar, sea o no conveniente para quienes están en el poder.

El Presidente de México se equivoca al creer que se puede expresar como un ciudadano común. El mandato que los ciudadanos le dieron en las urnas por seis años fue para investirlo como jefe de Estado y Jefe de Gobierno. Cualquier opinión y posicionamiento de su parte se convierte en un ejercicio de autoridad política y, en ese tenor, sus declaraciones en perjuicio de la prensa lastiman el status de libertad de expresión en el país. La forma univoca y maniquea en la que el Presidente interpreta su labor y el alcance de sus decisiones (como una cuarta transformación) no debe subordinar ni limitar la crítica de la sociedad civil.

No puede llamarse demócrata ni liberal aquel personaje que no esté comprometido con la diversidad de opiniones, de ideas, creencias, puntos de vista e incluso aquellas que contradicen las propias. Quien no esté dispuesto a asumir que las

ideas se discuten, se cuestionan y se confrontan, ha dejado a un lado el camino de la civilidad y ha tomado la rienda de la tiranía. Ya lo advertía Sartori en sus 30 lecciones sobre democracia: “La autocracia, los despotismos, las dictaduras, son mundos de un único color… Cuidado: únicamente la democracia liberal se estructura sobre la diversidad”. Si no hay compromiso con el pluralismo, no puede haber compromiso con la democracia.