Por Carlos Tercero
La posmodernidad parecía haber superado el debate entre las corrientes de pensamiento e ideología política de Izquierda y de Derecha –anecdótica asignación heredada de la Revolución Francesa– cuyos extremos más radicales llegaron a ser prácticamente coincidentes y poco equidistantes; sin embargo, en los últimos años, hay muestras importantes del resurgimiento de la extrema derecha en diferentes países del mundo, fenómeno político que ha ganado fuerza especial en Europa, donde partidos de extrema derecha han logrado importantes victorias electorales en países como Francia, Alemania, Italia y Hungría, entre otros; lo cual merece atención dado que muchos de los cambios sociales en el continente americano, han sido consecuencia o al menos por influencia, de lo que sucede en el Viejo Continente y, por tanto, cuestionarse qué está detrás de este resurgimiento y cómo puede impactar a América Latina y especialmente a México, es un ejercicio interesante, sobre todo en un momento en el que hay gobiernos de izquierda igualmente bien posicionados en la mayor parte del territorio de América Latina.
El resurgimiento de la extrema derecha en Europa tiene sus raíces en diversos factores, entre ellos, la crisis migratoria, el desempleo, las crecientes desigualdades económicas y sociales, la inseguridad pública y el descontento con la clase gobernante. Estos factores han generado una inestabilidad social proclive al mensaje populista y xenófobo de la extrema derecha, que ha sabido aprovechar el miedo y la incertidumbre de la población para incrementar sus dividendos políticos soportados en su discurso nacionalista y antiinmigrante, capitalizando el temor y rechazo hacia refugiados y migrantes, presentándolos como una amenaza para la seguridad y la identidad nacional, expresiones que han calado hondo en la población, especialmente en los sectores más desfavorecidos y marginados.
El reposicionamiento de la extrema derecha está debilitando el proyecto supranacional de integración de la Unión Europea, cuestionado la validez de sus instituciones y reclamando la necesidad de recuperar el control dentro de cada delimitación territorial sobre las políticas públicas y ejercicio de gobierno, privilegiando la defensa de la soberanía nacional, abogando por el cierre de fronteras y la expulsión de inmigrantes ilegales.
Si el tema reiterante en todos estos casos es el discurso antiinmigrante, xenófobo y racista, hay que monitorear con atención su evolución, especialmente en México, que ha pasado de ser territorio de paso en la ruta hacia los Estados Unidos, a país receptor de migrantes, y con ello, la creciente preocupación por su efecto colateral en la inseguridad y violencia en perjuicio de la ciudadanía. No se trata de adoptar una postura hostil hacia quienes se ven orillados a abandonar sus países de origen para buscar una mejor vida, pero sí, de revisar la política migratoria que por supuesto guarde el respeto a los derechos humanos y la diversidad cultural, pero que ordene y ponga límites y controles que garanticen en todo momento la gobernabilidad y paz social en nuestro territorio, impulsando paralelamente la cooperación internacional para que los países de la región adopten medidas para fortalecer la democracia y el desarrollo económico que dé paso a la estabilidad política en la región, y con ello, desincentivar las causas estructurales que originan la migración como alternativa a los entornos de pobreza y violencia que actualmente no dejan más alternativa.
La reciente elección dejó muy claro que, al menos por el momento, la extrema derecha no tiene cabida en México, nuestra circunstancia geopolítica nos distancia del bloque derechista en el polo sur del continente integrado por Argentina, Paraguay y Uruguay y mucho más, de los mencionados en Europa. Las posturas radicales de la ultraderecha pueden llegar a ser factor de amenaza a la democracia moderna cuando se contaminan de expresiones autoritarias y excluyentes, pero el fenómeno igualmente puede afectarse por las expresiones de ultraizquierda, cuyo extremismo anticapitalista e inclinación marxista son contrarias al desarrollo y bienestar social.