En síntesis, no podemos permitir que lo políticamente correcto nos lleve a la radicalización,
Por Carlos Tercero
Se ha vuelto complicado, intentar siquiera, comprender en qué momento, como sociedad, permitimos que lo correcto pasara a segundo término ante la imposición de lo políticamente correcto.
Lo que comenzó como una forma de expresarse y conducirse públicamente por quienes consideraban que su lenguaje y acciones podrían ser ofensivas o discriminatorias a los demás, hoy, al paso de solo unos años, se ha implementado como una verdadera pauta represora de muchos de los temas que como sociedad deberíamos de contar con plena libertad para expresarlos, de actuar acorde a lo que se supone es la era de igualdad y libertad por la que tantas generaciones lucharon.
Es así como, lo que surgió como una noble forma de respeto y prudencia hacia los demás, se ha convertido en sí misma en una agresión, en un yugo que restringe y acota el diálogo público cada vez más proclive a dejar de hacer lo correcto, por el miedo de que se perciba como políticamente incorrecto, proscribiendo a un muy amplio sector social a una fragilidad, a una hipersensibilidad que les lleva a ofenderse, a sentirse agredidos, ante cualquier expresión, cualquier acción o incluso su omisión en ellas, en un extremo tal, que hace suponer que el respeto y cuidado de las minorías anula cualquier consideración a las mayorías.
Fueron siglos de lucha por la tolerancia y, tan solo unos años, lo que está tomando el establecer una cobardía cultural que nos condena a evitar llamar a las cosas por su nombre, a deformar nuestro lenguaje y que en casos extremos orienta el discurso y actuación de personajes públicos con altísima responsabilidad a conducirse sujetos a lo que perciben, o bien su entorno de opinión pública les hace percibir, como lo políticamente correcto, fenómeno que ha alcanzado a la otrora sobriedad de respetables juristas, que se han dejado seducir por la simulación, que dedican horas para debatir intensamente sobre “les asuntes”, que abonen a su imagen pública incluyente, como paladines de las minorías, lo cual tendría el mayor de los méritos, si no implicara el descuidar su mandato supremo de velar por la preeminencia de la Constitución como parámetro de normalidad social y con ello, salvaguardar los derechos fundamentales y garantías de todas y cada uno de los mexicanos.
La dictadura de lo políticamente correcto olvida que el respeto no tiene género, no tiene color, es humano, es universal, no da motivo a confusión alguna; pues quien respeta la dignidad humana, lo hace hacia cualquiera de sus expresiones, se respeta a la persona más allá de sus rasgos, características o preferencias; y en ello, nuestros pueblos ancestrales con mucha sabiduría y enrome aprecio por la naturaleza, por el hombre (como especie), tenían muy clara la importancia de respetar la vida, de cuidar lo frágil de ayudar al débil; es este multiculturalismo, el que acertadamente nos hace revalorar a las minorías, hoy, con atinadas políticas públicas en forma de acciones afirmativas, pero que no suponen desterrar los valores mismos del liberalismo, la lucha por la igualdad, por la equidad, pero sobre todo, el equilibrio y balance sobre los que descansa la moral humana desde la tradición filosófica clásica, definida por Platón como las Virtudes Cardinales.
De seguir como hasta ahora, estaríamos sustituyendo viejos prejuicios por un gran prejuicio hegemónico; me rehúso a ello, este mismo espacio, es muestra del derecho a la libre expresión de las ideas, que por supuesto está sujeto a no ofender de forma intencional a nadie, a evitar que las opiniones vertidas puedan afectar a quienes de por sí, son vulnerables a la discriminación y al mismo tiempo, respetuoso de quienes no coincidan con lo expresado.
En síntesis, no podemos permitir que lo políticamente correcto nos lleve a la radicalización, a la intolerancia ni al totalitarismo ideológico.