“Y sobre todo, no se olviden, ustedes, quienes son parte de los poderes, que se irán cuando acabe su periodo, las personas periodistas no, nosotras y nosotros aquí seguiremos”, afirmó el periodista en el Día de la Libertad de Expresión

Por Jaime Luis Brito Vázquez

Primero me gustaría pedirles que se pongan de pie, vamos a guardar un minuto de silencio por las personas periodistas que han sido asesinadas en nuestro país.
 
¡Gracias!
 
La libertad de expresión es un derecho humano. No es exclusivo de las y los periodistas, es de las personas, incluidos niños y niñas. Sin embargo, somos nosotras y nosotros, periodistas, quienes fundamos nuestra labor profesional sobre ese derecho.

La libertad de expresión sólo existe si la ejercemos. Tiene que ver con la libertad de pensamiento. Pensarnos libres, pensar libremente. No podemos hablar de un mundo democrático sujeto a un pensamiento único. Sólo existe la democracia con libre de expresión de pensamiento.

Sin embargo, hoy la libertad de expresión está en riesgo. Bueno, me parece que siempre está en riesgo. Desde el poder formal o fáctico existen grupos que se resisten a los procesos de libertad. Las agresiones contra periodistas representan el ataque más importante a la libertad de expresión, no porque seamos personas que merezcan trato especial, más bien porque atentar contra una voz periodística implica que la sociedad pierda un recurso de acceso a la información y sobretodo de fiscalización del poder, de contrapeso del poder.

Agredir a periodistas es apostar a que todas y todos perdamos la capacidad de ser más libres. Porque es fundamental recordarles, a quienes ostentan un cargo público, que ese poder no es suyo, se les confirió temporalmente y más tarde que temprano tendrán que dejarlo. No son poderosos, sólo ejercen un poder temporal.

Aunque claro, nadie puede escapar a la seducción de ese poder y pensar que eso los hace hace intocables. Eso es falso. Al ser representantes populares o funcionarios públicos están más expuestos a la crítica. La Suprema Corte de Justicia de la Nación ha dejado claro que tener poder conlleva estar expuestos al escrutinio público. Así que no se incomoden, asuman la crítica como algo que implica mejorar su trabajo, no lo vean como ataque, no están en el centro del mundo, dejen a un lado el narcisismo, aguanten vara o retírense.

Y sobre todo, no se olviden, ustedes, quienes son parte de los poderes, que se irán cuando acabe su periodo, las personas periodistas no, nosotras y nosotros aquí seguiremos, haciendo lo que sabemos hacer mejor: indagando, preguntando, inquiriendo, fiscalizando, siempre como un ejercicio ético y deontológico claro, del lado de la víctima y dando voz a quien no la tiene. Esto no gusta a todo el mundo, pero así es, afortunadamente, sirve para construir ciudadanía y democracia.

De la violencia en nuestra contra hay casos concretos. Ocurre como otras violencias sociales, primero son agresiones “leves” que se van incrementando hasta llegar al extremo del asesinato. Ocurre con el feminicidio y otros crímenes de odio. En el caso del periodismo, comienza con intentos de control a partir de los convenios de publicidad (la máxima de no pago para que me peguen la práctica el gobierno del estado, no importa cuándo lean esto, de forma cotidiana, lo hace la actual administración, encabezada por un exfutbolista cuya hazaña más famosa fue golpear, a traición, a un periodista que no hablaba bien de él, pero también lo hizo Graco a través de su jauría amante de las drogas y la violencia; lo hicieron los panistas y antes los priistas). Es inaceptable, la ciudadanía debe exigir la constitución de un fondo, o la construcción de algún mecanismo que posibilite la rentabilidad nuestra labor sin empeñar nuestra independencia.

Las agresiones se siguen con amenazas claras o veladas (como ocurre en muchos espacios, incluido este mismo recinto, donde hace unos días lo padeció la compañera Leticia Villaseñor. Todos hemos visto esos bochornosos capítulos que habla de la incapacidad de entender la democracia, de la incapacidad de entender nada). Es intolerable. He propuesto hace tiempo la elaboración de un diagnóstico de la violencia contra periodistas pero no se ha querido trabajar al respecto, por lo que aviso: comenzaré a hacerlo con un grupo de estudiantes de la UAEM, les pido a mis compañeros y compañeras estar dispuestos a participar, en breve haremos públicos los instrumentos y estrategias, porque tenemos que partir de datos duros y concretos para así construir respuestas y propuestas concretas.

Las agresiones escalan y se convierten en intentos por impedir el acceso a los lugares donde ocurre la noticia (como ocurrió hace unos días en la fiscalía, cuando una presunta agente policiaca quiso bloquear y amedrentar el trabajo de nuestra compañera Guadalupe Flores. ¿Cuántas veces hemos visto o padecido esto? Personajes vinculados a la policía que quieren limitar nuestro trabajo. No lo aceptamos ni lo aceptaremos.

Luego viene la descalificación a nuestra labor, a nuestras personas (como ocurre frecuentemente en la conferencia mañanera del presidente, pero también en los estados y sobretodo en los municipios. Hace unos días el alcalde de Huitzilac aseguró que los periodistas nos dedicamos a estafar y a robar, porque le somos incómodos en una comuna donde reina el caos y el desgobierno).

Le siguen los intentos de amedrentamiento que se expresan como hallanamientos, como “robos” (en estas mismas horas Irradia Noticias denunció que ha sido víctima de cinco hallanamientos de 2021 a la fecha, y quienes conforman ese esfuerzo informativo acusan que quienes llevan a cabo estas agresiones son agentes del Estado, particularmente por su posicionamiento crítico de todos los poderes, en especial respecto de la administración del Ejecutivo estatal). No estamos en un Estado totalitario. Es muy peligroso dejar pasar este tipo de agresiones.

La violencia avanza y si no hacemos nada, llega el momento en el parece fácil matar a las personas periodistas. Eso es inaceptable en cualquier circunstancia. Los datos son escalofriantes y de pronto el biopoder del que hablaba Foucault como función controladora del Estado se ha transmutado en un Necropoder, del que habla Mbembé, en el que, al igual que José Alfredo Jiménez, se considera que la vida no vale nada. El Estado y sus grupos de poder formal y fáctico gestionan ya no la vida sino más bien la muerte, declarando la guerra de exterminio contra quienes se considera desechables: mujeres, indígenas, jóvenes, niñas y niños y por supuesto, periodistas.

La libertad de expresión es incómoda. Dice la sabiduría popular que “la verdad no peca, pero incómoda”, pero también dice que sólo la verdad “nos hará libres”. Y sí, en el gremio hay de todo. Como en todos los gremios. Pero eso no implica que por una persona paguemos todas y todos. La generalización aquí no cabe.

Desde esta tribuna, no porque merézcanos trato especial, sino porque nuestra labor es fundamental para que todas las personas consigan mayores libertades y derechos, exigimos respeto a nuestro trabajo, cesar de inmediato todas las agresiones, dejar de intentar controlarnos porque no lo van a conseguir, no se mata la verdad, no morirá la flor de la palabra, como han dicho los zapatistas. Si tocan a una, uno, une, nos tocan a todas, todos, todes. Lo digo aquí para que lo escuchen en Palacio de Gobierno, en Leyva, en Ciudad de México, en todas partes.
 
La ciudadanía también ejerce este derecho, es suyo, miles de hombres y mujeres murieron para que se nos reconociera. Miles siguen muriendo para que siga ahí. Pero no es ilimitado. Acaso el único límite de la libertad de expresión es la sinrazón del odio, aquellos que convierten al odio en su discurso no tienen lugar en un mundo donde quepan todos los mundos.

Y no hay contradicción, pues un mundo donde quepan todos los mundos no puede admitir a quienes se creen dueños de la verdad y pretenden imponer el pensamiento único. No nos confundamos.
La democracia es diversidad. No deseo que te callen porque no piensas igual a mi. Te escucho, conversamos, debatimos y seguimos.

Ustedes diputados y diputadas tienen una enorme responsabilidad aquí: velar porque esa libertad no sea conculcada nunca. No caiga en el juego narcisista de pretender imponer a otros su pensamiento. No es su labor callar a nadie, más bien al contrario, garantizar que todas las voces se escuchen. No lo digo yo, lo dice la Constitución.

El Ejecutivo de Morelos también tiene una enorme responsabilidad. Convertirse en un gobierno abierto a la ciudadanía y dejar de dividir o tratar de controlar a la prensa. Tal vez no le quede claro, pero se irá pronto del poder, nosotros, nosotras aquí seguiremos para investigar e informar sobre sus acciones.
Las personas periodistas también tenemos una responsabilidad: mantenernos libres, pensar, escribir, decir, conversar, escuchar y criticar. Además de buscar alianzas con quienes nos garanticen hacer de este oficio algo libre y rentable.

Porque la ciudadanía también tiene su parte. La ciudadanía que quiere prensa libre debe estar dispuesta a crear alianzas que nos permitan hacer de esta labor algo libre, pero sólo lo será si es rentable. Porque de algo vivimos. Háganse cargo de su prensa, ciudadanas y ciudadanos. No nos dejen solos y solas. Ustedes tienen la palabra.
 
Gracias a los colectivos de sobrevivientes de la violencia, a la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas. Textos como el que me reconocen el día de hoy, no deberían escribirse porque esa realidad que cuentan no debería existir. Gracias al semanario Brecha de Uruguay, fundado en 1985 entre otros por el poeta Mario Benedetti y el escritor Eduardo Galeano, por acoger mi trabajo; a Eliana Guilet, su corresponsal en México, por animarme a escribir esta pieza; a mi compa el Neto Álvarez por sus fotos.
 
Este reconocimiento es para Inti y Dilh, quienes desde hace 23 años padecen la locura de que su padre practique la liberta de expresión. También para don Luis y doña Delia, que algo han hecho para que yo esté aquí. Y por supuesto a la doctora Adri, mi cómplice que me acompaña hoy con algo de temor por los potenciales jitomatazos. Gracias mai lob.

Ahora sí, “Honorable Congreso de Morelos, es cuanto…” Siempre quise decir eso. Adiós.