Por Carlos Tercero

Las lealtades se perciben y manifiestan muy distintas al cierre, que al inicio de cualquier administración gubernamental; y asimismo, la fortaleza política y la popularidad del gobernante, de manera natural, decrece como resultado del desgaste que conlleva el ejercicio del poder; por ello, quienes acompañan a las y los gobernantes en el último tramo de su encargo, representan un valor agregado de lealtad y compromiso, e incluso sacrificio al dejar de lado proyectos políticos personales para ejercer hasta el final, las atribuciones y encargos conferidos por quien en su momento tuvo a bien depositarles su confianza.

Por supuesto que esto no representa la deslealtad ni mucho menos la ingratitud, que quienes salen en busca de un nuevo proyecto, por el contrario, se requiere de las mejores mujeres y hombres para dar continuidad a los proyectos políticos, sobre todo cuando se tiene claro que lo importante no es llegar, sino conservar el poder, el dar continuidad a la visión que bien puede ser de partido, de grupo o de coincidencia ideológica y política.

El entramado institucional se torna en vida pública que se sustenta y complementa con las personas que, desde las posiciones más modestas, hasta las de mayor nivel jerárquico y responsabilidad, conforman el Estado, la República, sus poderes y en cada uno, sus diversos órdenes, niveles e instancias; y, cuando en cualquiera de estas se da un cambio, un relevo, implica normativamente cuidar que se garantice la continuidad, el buen trámite y desahogo de los asuntos que le sean propios, en lo que siempre han de imperar las instituciones por encima de las personas. De ahí la relevancia de quienes asumen la tarea de preparar los libros blancos, los equipos de transición para la entrega-recepción, de cada dependencia, cada área, cada oficina; en apego a los lineamientos internos de control, así como a las leyes y reglamentos aplicables; tarea, que conlleva al mismo tiempo, la obligación ética y moral de fortalecer la transparencia y rendición de cuentas, hacia una sociedad que cada vez más, se involucra, participa y está atenta al desempeño de las instituciones y personas servidoras públicas que existen gracias a la carga impositiva impuesta a la ciudadanía en contraprestación a la conformación del Estado.

Estas etapas hacen revalorar el acierto de implementar el Servicio Profesional de Carrera, que trasciende de ser un mecanismo para garantizar la igualdad de oportunidades en el acceso a la función pública, a ser garante de la continuidad y funcionamiento óptimo institucional al término e inicio de nuevos ciclos y periodos administrativos o gubernamentales; meritocracia que fortalece la utilidad pública de las instituciones.

Algo que tampoco se puede hacer de lado hacia el último tramo de cualquier gobierno, es recordar (y a más de un gobernante en las entidades federativas le urge hacerlo), que los verdugos de hoy, pueden ser las víctimas del mañana; que con la vara que miden, serán medidos; frases coloquiales que concentran una enorme sabiduría popular, y que lamentablemente no se perciben ni consideran cuando la soberbia, la embriaguez de poder nubla la razón. Son varios y cada vez más lastimosos los casos de abuso de poder, de judicialización de la política convertida en represión, en agravio social e incluso institucional, pues los derechos humanos y el estado de derecho, deben imperar sobre el poder temporal. Para ser claros, ni las resoluciones del Legislativo, ni la impartición de justicia por parte del Poder Judicial, pueden estar sujetas a las amenazas o coerción del Ejecutivo.

Esta es una razón más de considerar la importancia de las personas que han de acompañar, de cuidar el cierre de la puerta, en las administraciones y encargos gubernamentales, en la inteligencia de que debe prevalecer el orden, la mesura, no solo en el ejercicio de los recursos públicos, sino en el ejercicio del poder mismo.