Por Uzziel Becerra
¿De izquierda o de derecha, progresistas o conservadores, radicales o moderados, mafia del poder o pueblo bueno y honrado? Son los principales cuestionamientos que los ciudadanos nos planteamos al ver coaliciones electorales, alianzas de partidos, bloques parlamentarios, incluso posturas de nuestros respectivos gobernantes. En tiempos donde la posverdad se impone como el nuevo paradigma de la comprensión del mundo de la política, los fundamentos ideológicos del siglo XX han sido rebasados para quedar obsoletos. El pragmatismo es hoy lo que define la forma en la que operan los actores políticos, en muchos casos sin reservas, sin limitaciones.
Como fenómeno que surge de la posmodernidad, la posverdad es una condición en la que, para las personas, tienen menos credibilidad los hechos objetivos y reales que la influencia de los sentimientos y creencias de los individuos al momento de formar una postura u opinión. Así, bajo los efectos de la posverdad, la realidad consistente en hechos se distorsiona por diversas narrativas que dirigen los sentimientos y emociones de quienes se alimentan de información a través, preponderantemente, de las redes sociales y que rehúsan la diversidad de fuentes de información, con la finalidad de contrastar y corroborarlas, un esfuerzo que sin duda muchas personas no harían. Parafraseando al filósofo argentino Darío Sztajnszrajber, la posverdad es la acción de solo leer lo que a uno acomoda, lo que confirma una postura previamente aceptada, por lo tanto, siempre vamos a encontrar datos e información que nos convengan.
Como técnica, la posverdad nació de las estrategias de comunicación política enfocada a las contiendas electorales en la que los candidatos en pugna por los cargos de elección popular justifican y defienden sus posturas o propuestas ante la ciudadanía, aunque en el terreno de la realidad no estén verdaderamente comprometido con la agenda política que defendieron toda la campaña. Por lo tanto surge de la habilidad para mentir estratégicamente para persuadir e influir para fines determinados. Es el rechazo de los hechos como tales, es decir la realidad objetiva, para ser sustituidos por su interpretación pretensiosa y parcial. Las mentiras se asumen como si fueran verdad porque así se hacen sentir.
Los candidatos, al competir electoralmente, utilizan las técnicas de la posverdad enfocadas a justificar las coaliciones y alianzas que son ideológicamente incompatibles: un partido de derecha, otro de izquierda y algún partido satélite; y defender así una agenda política incongruente en su estructura (léase Pan-Prd-Mc / Morena–Pes-Pt). Los políticos, ya en el ejercicio del poder, utilizan la posverdad para oponerse a los datos que perjudican los indicadores de su gestión: afirman que esos datos son dudosos, no tienen la metodología adecuada, están “maleados”, son tendenciosos o no reflejan la realidad, incluso los datos arrojados por sus propias dependencias; todo lo que contradiga su narrativa es mentira, aunque sea verdad. Lo anterior refleja el compromiso que tienen nuestros actores y partidos políticos por el pragmatismo, rechazando las visiones construidas ideológicamente en favor de su triunfo, electoral o de gobierno. En suma, hacer, decir y apoyar todo lo que sea necesario para alcanzar el poder o permanecer en el, olvidando los principios y las ideas firmes.
Entendiendo estos fenómenos encontramos luces sobre el comportamiento de nuestros políticos, pues siempre tendrán otros datos que acompañen sus dichos y que fortalezca su narrativa. El problema es que esa narrativa acompañada de legitimidad política, es la que interpreta y hace interpretar la realidad social y política de millones de personas. Los “otros datos” del Presidente de la República son esa estrategia comunicacional en la que, cuando se le presentan datos duros que confronten su gestión, éste los niega y trata de deslegitimar la procedencia de quienes generan los indicadores, incluso dentro de su propia administración, lo hizo sobre las estadísticas de homicidios en el país, el crecimiento económico, la desprotección a grupos vulnerables, entre otros.
De la misma forma el Presidente ha hecho del pragmatismo su bandera, al acomodar sus discursos de acuerdo al público que lo escuchará: si está frente a empresarios Consejo Coordinador Empresarial o de la Coparmex, apoya la libre empresa e incentivará las inversiones privadas y extranjeras, pero si está frente a las masas en el Zócalo capitalino, los empresarios siguen siendo el enemigo detrás del neoliberalismo; si está con la presidenta del FMI, México hace nuevas relaciones y formas de cooperación, pero si se encuentra frente a los ciudadanos mexicanos, México no admite sus diagnósticos ni sus indicadores. Así, el Presidente da el ejemplo de cómo hacer política en el país, institucionalizando la mentira y la conveniencia.
En tiempos donde la posverdad y el pragmatismo son las prácticas más institucionalizadas, los ciudadanos debemos formarnos a través de la diversidad de fuentes de información, el estudio de los fenómenos políticos, la exigencia de una agenda política congruente, la deliberación pública y la participación ciudadana. Sin duda todo ello requiere un esfuerzo que muchas personas no están dispuestos a dar, pero al final es nuestra responsabilidad frente al poder público. En una democracia, los ciudadanos deben ser los principales actores que pongan límites al poder, exhibiendo la mentira y la incongruencia de quienes dirigen al Estado.