Por Uzziel Becerra

“La política economía se maneja en los Pinos”, fue una afirmación de Luis Echeverría Álvarez cuando, después de nombrar a José López Portillo como Secretario de Hacienda, impulsó una polémica reforma fiscal, exponiendo una idea con dos supuestos: que la política impera sobre la economía y que la política se monopoliza en el titular del Poder Ejecutivo, sin embargo, conocemos la prolongada crisis económica que aconteció en sus respectivas gestiones; “defender el peso como un perro” tampoco fue suficiente. Hoy, aunque el Presidente López Obrador no viva ni despache en los Pinos, conserva esa responsabilidad del desarrollo y crecimiento económicos, a los cuales durante el primer semestre del año se muestra despreocupado. Sin embargo, gracias a la desconcentración de la administración económico-financiera del Estado se han creado instancias técnicas de contención para el comportamiento económico, como el Banco de México, Inegi, y Coneval, que gestionan los indicadores necesarios para la toma de decisiones racional de la política económica.

Primero definamos. El Banco Interamericano de Desarrollo ha explicado al crecimiento económico  como el aumento del producto e ingreso por persona en el largo plazo; un proceso por el cual una economía se vuelve más rica, y su instrumento de medición básico es el PIB. En cuanto al desarrollo, este tiene diversas dimensiones a considerar, junto con indicadores específicos. Los indicadores tradicionales son los económicos, incluyendo el PIB, el PIB per capita, la densidad económica, la tasa de crecimiento, y los indicadores sociales, como el índice de Desarrollo Humano, la mortalidad infantil, la tasa de desempleo, la pobreza, entre otros. Asimismo, hay nuevos indicadores como el tecnológico, la exportación de alta tecnología, los servicios digitales; indicadores sobre el desarrollo ambiental como la huella ecológica, las emisiones contaminantes, y el desarrollo educativo observado en el nivel de escolaridad promedio; son los retos más significativos para hablar de desarrollo económico. De esa forma, no se puede hablar de desarrollo sin crecimiento y viceversa.

Hasta este primer semestre del año, Inegi ha realizado la labor de registrar los índices de crecimiento de las actividades productivas, así como sus estimaciones económicas. De esa manera, Inegi registró que el país apenas alcanzó un crecimiento del Producto Interno Bruto del 0.1%, con lo cual, aunque no podríamos afirmar que exista recesión técnica, sí se observa un estancamiento económico significativo, pues no hay variaciones sobre el dato preliminar y las cifras por Estimación Oportuna del PIB, ajustadas por estacionalidad.

Siguiendo con los indicadores de Inegi, comparando el primer trimestre del año y el segundo, apenas se observó un alza real del 0.4% de las actividades económicas: las actividades terciarias crecieron 0.2%, las secundarias no tuvieron incrementos y las primarias cayeron (-) 3.4%. En suma, una contracción económica a la que expertos señalan como consecuencia de tres factores: el desplome de la inversión del sector privado, la caída anual del consumo de gobierno y una desaceleración de las exportaciones de bienes y servicios (desconfianza e incertidumbre, recortes irracionales y producción a la baja, respectivamente).

Asimismo, de acuerdo con la Encuesta sobre las Expectativas de los Especialistas en Economía del Sector Privado, los principales factores a los que se debe la desaceleración económica son: la incertidumbre política interna, la incertidumbre sobre la situación económica nacional, los problemas de inseguridad pública, la política del gasto público y la plataforma de producción petrolera. Así, el clima o contexto de negocios se encuentra deteriorado, alejando la inversión, la creación de empleos formales, la producción interna y, como ya se ha señalado, el crecimiento económico.

Por otra parte, el Banco de México en fechas recientes bajó sus tasas de interés a 25 puntos base, de 8.25% a 8.0% respondiendo a la volatilidad de los mercados financieros derivado de las tensiones entre Estados Unidos y China, así como al deterioro de la calificación crediticia soberana y a la desaceleración económica nacional, buscando una política monetaria que propicie un ambiente de confianza y certidumbre para la inversión. Banxico hace su trabajo, falta la respuesta del gobierno.

Aunque el Presidente afirme públicamente que el país crecerá al 2% para finales de este año, lo cierto es que Secretaría de Hacienda federal lanzó un plan para estimular la actividad económica, en la cual destinará 485,000 millones de pesos adicionales a lo aprobado en el presupuesto 2019 para proyectos de infraestructura y adelantar licitaciones. Cuando no hay contextos económicos propicios para el crecimiento de los sectores productivos del país, el gobierno tiene que intervenir-estimular, corrigiendo sus propios errores: la falta de una política económica que genere certidumbre y confianza.

Como lo ha sugerido Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, si un país quiere progresar de forma sostenida, debe desechar la idea de enfocarse únicamente en el comportamiento del PIB. Lo anterior aludiendo, en efecto, a la atención y apuesta por el desarrollo, pues “el mito de que se si se apostaba por el desarrollo social, se debía sacrificar el crecimiento económico quedó atrás”. Sin embargo, sin un considerable crecimiento económico nacional, las condiciones para impulsar el desarrollo serán insuficientes. Además, si no se miden objetivamente los indicadores mencionados sobre desarrollo, de nada servirá el énfasis en las políticas sociales impulsadas por el Presidente, pues no cumplirán con el propósito de mejorar los niveles de bienestar y calidad de vida de los ciudadanos; seguirá siendo, tanto el desarrollo como el crecimiento, su asignatura pendiente.