Por Uzziel Becerra

Tras dos semanas de juicio en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, en el que se inició el procedimiento de juicio político o Impeachment, en el que se acusó de abuso de poder y obstrucción del Congreso, este miércoles el Senado norteamericano, por mayoría de votos del partido Republicano, decidió absolver de sus cargos al presidente Donald Trump, posibilitándolo para continuar con su gestión y prepararse para las elecciones del 2020 en las que buscaría su reelección inmediata por otros cuatro años.

El proceso de Impeachment o juicio político en Estados Unidos sigue las formalidades de un juicio, en el que la Cámara de Representantes (Diputados), presidida por la demócrata Nancy Pelosi, es la cámara acusadora de los cargos, que en este caso fueron dos artículos, abuso de poder y obstrucción del congreso; la cámara de Senadores, presidida por el republicano Mitch McConnell, se convirtió en cámara juzgadora, y fue en esta etapa del proceso que, por apenas 5 votos, la mayoría de senadores pertenecientes al Partido Republicano lograron absolver al presidente Trump de los cargos que le imputaron en la Cámara de Representantes, con obvia mayoría del Partido Demócrata.

Para proceder a condenarlo, los demócratas necesitaban al menos 15 votos de los republicanos en el Senado, circunstancia que lograron solamente con un legislador, el repubicano Mitt Romney, quien acusó a Trump de “culpable de un terrible abuso de la confianza pública”, adhiriéndose a la comisión del artículo de obstrucción del Congreso. De esa forma, los votos en el Senado quedaron de la siguiente forma: 52-48 votos para absolverlo del delito de abuso de poder y 53-47 por obstrucción del Congreso.

El origen del juicio político fue una denuncia contra el presidente Trump, realizada por un agente del servicio de inteligencia, señalando que ha coaccionado al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, para que iniciara dos investigaciones que le podrían beneficiar electoralmente de cara a las elecciones del 2020. La primera sería contra Hunter Biden, hijo del demócrata Joe Biden, por los negocios de su padre mientras fuera vicepresidente de los Estados Unidos, y la segunda por la supuesta injerencia de Ucrania en las elecciones del 2016, presionando a su mandatario con apoyo militar condicionado y acercamiento personal.

Al presionar a un gobierno extranjero utilizando su poder para obtener un beneficio político particular con fines electorales, se le imputa abuso de poder, y al entorpecer las investigaciones del Congreso en los hechos señalados, obligando a los miembros de su administración a negarse a entregar documentación y asistir a las citaciones formuladas por el legislativo, se le imputa obstrucción al Congreso.

En realidad ningún presidente en la historia de Estados Unidos ha sido destituido por el procedimiento de Impeachment, y solo han ocurrido dos procedimientos de esta naturaleza anteriores al que libró el presidente Trump. El primer precedente tuvo lugar durante la presidencia de Andrew Johnson en 1868, en el contexto de la guerra civil y la alta polarización política entre los partidos demócrata y republicano, acusado entonces de “altos crímenes y delitos”, quedando a un voto en el Senado para ser destituido. Luego, en 1998, el presidente demócrata Bill Clinton fue acusado por perjurio y obstrucción a la justicia, por el famoso escándalo Lewinsky, mintiendo ante juramento al negar una relación con la becaria de la Casa Blanca, Mónica Lewinsky; el Senado lo absolvió y continuó su mandato. El caso Watergate obligó al presidente republicano Richard Nixon a renunciar en 1974 antes de que fuera iniciado su proceso de Impeachment.

Con esta victoria, Donald Trump logra mandar un mensaje firme en torno a las próximas elecciones presidenciales, que habrán de celebrarse el 3 de noviembre del 2020: El Partido Republicano es leal con el Ejecutivo, evidenciando la solidez de la disciplina partidista y posibilitando que prevalezca el equilibrio en las fuerzas políticas del Legislativo, ya que la Cámara de Representantes está mayoritariamente compuesta por el Partido Demócrata, lo cual es una de las reglas no escritas del sistema político norteamericano: el equilibrio del sistema de partidos bipartidista.

En las elecciones del 2020 se renovará toda la Cámara de Representantes y una tercera parte de la Cámara de Senadores, en el contexto de una polarización social y política similar a la que se presentaba en el 2016 en la primera elección de Trump. Ahora, con los índices de aprobación entre el 45-49 por ciento de la población norteamericana, la reelección del presidente parece inminente. Los caucus o asambleas populares que celebran los partidos para iniciar el proceso de nominación de candidatos ha comenzado desde las trincheras del partido Demócrata, quienes tendrán la titánica labor de competir la presidencia y nuevamente el control de la Cámara de Representantes frente a su derrota mediática sobre el impeachment.

Durante el discurso anual sobre el Estado de la Nación que pronunció Donald Trump, dedicó el tiempo a enumerar ante su público los logros de su administración, abriendo el camino en la búsqueda de su reelección, destacando el crecimiento económico, el “poderoso muro” contra la inmigración desde México, el combate a las drogas, la creación de 7 millones de nuevos empleos, reduciendo la tasa de desempleo a 3.5 por ciento; la ratificación del nuevo T-MEC que sustituye al TLCAN (NAFTA, por sus siglas en inglés), el estado de la guerra en Medio Oriente y su relación con los gobiernos latinoamericanos de régimen socialista, entre los que destacó la presencia de Juan Guaidó, a quien presentó como “el verdadero presidente de Venezuela”.

En torno al discurso y a la acción política, obviado el proceso de impeachment que se gestaba, Trump acertó en lo político y lo mediático. Él impone la agenda, alinea a las élites del partido y posibilita su camino a la reelección, ajustando la correlación de fuerzas. Aunado a ello, su retórica autoritaria y el planteamiento populista de su plataforma política elevan los ánimos de un electorado conservador y entusiasmado. Los retos para las relaciones internacionales y para la labor diplomática en torno a este escenario probable son amplios y complejos, pues en un sistema presidencial como el estadounidense, al ser Trump jefe de Estado y de Gobierno, se prevé la permanencia de una política agresiva y desafiante, para sus aliados y enemigos. Más aún para el caso mexicano, que tiene condicionada su política migratoria y parte de la política comercial.

*Consejero Universitario de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales en la UAEM. Secretario de Asuntos Políticos en el Colegio Nacional de Ciencias Políticas y Administración Pública A.C.