•En nombre del entretenimiento, las plataformas han convertido la atención humana en carnada para el algoritmo.
Por Carlos Tercero
Hace unos días, una publicación del medio de comunicación “Minuto Crítico”, llamó la atención sobre una nueva forma de discriminación mundial:
“Nace una nueva forma de discriminación a nivel mundial.
¿Pensar? Pensar se ha vuelto un lujo reservado solo para quienes pueden pagar por él. El New York Times publicó que mientras la mitad de los adultos en Estados Unidos no leyó ni un solo libro en 2023, las nuevas élites educan a sus hijos sin pantallas en escuelas donde la lectura profunda aún importa.
Y el problema no solo está en Estados Unidos. Afuera de esas burbujas, la mayoría sobrevive a punta de videos cortos. Y no, no es por flojera, es por un diseño estructural.
En nombre del entretenimiento, las plataformas han convertido la atención humana en carnada para el algoritmo. De acuerdo al reportaje, cada notificación, cada clip, cada scroll, nos entrena a no concentrarnos, a no leer, a no pensar. El resultado, una generación postalfabeta, incapaz de razonar en profundidad o sostener una línea argumental más allá de los 15 segundos.
Los estudios indican que los niños pobres pasan más tiempo frente a pantallas que los ricos y eso impacta su memoria, su lenguaje, su atención y su razonamiento. Las escuelas ya ni siquiera asignan libros completos porque sus alumnos no los terminan. No es una metáfora.
Nos estamos volviendo incapaces de leer. Este deterioro no es neutro. Es una nueva forma de desigualdad cognitiva que empuja a los pobres a la distracción adictiva.
Mientras los ricos se blindan con libros, límites digitales y niñeras sin teléfono, resultando en dos clases sociales separadas por algo más grave que el dinero, la capacidad de pensar.
Y la democracia también sufre las consecuencias. Un electorado con atención fragmentada y pensamiento superficial es presa fácil de los demagogos, de las teorías conspirativas y de los políticos que gobiernan con memes.
Así ya no se necesitan argumentos. Basta con una vibra. Y cuando los ciudadanos no pueden cuestionar, los oligarcas gobiernan sin oposición real.De acuerdo a este reportaje, pensar profundo ya no es una habilidad común, es un privilegio”.
De primera instancia podría parecer una sobrerreacción, una publicación en tono alarmista, sin embargo, la profundidad del tema invita a la reflexión, misma que de inmediato refuerza la oportuna y pertinente exposición de Luisa Baldo en Minuto Crítico Mx, entendiendo que, a pesar del ejemplo expuesto en los Estados Unidos, se trata de un fenómeno, un problema global del que México no escapa. Si como nación aspiramos a una verdadera transformación, debemos priorizar el desarrollo educativo, el impulso al pensamiento crítico, la resistencia a la inmediatez de la información y apostar por el conocimiento a largo plazo.No se trata de recriminar a la tecnología, sino de comprender su esencia: capturar y revender atención en una economía digital cada vez más envolvente y agresiva. Las plataformas no hacen más que cumplir con su lógica de negocio: comerciar con datos, tiempo en pantalla y espacios de interrupción. Lo preocupante es que, bajo este modelo, sostener la lectura de un libro y alcanzar una comprensión profunda se convierte en un desafío colectivo de grandes proporciones.
Atender este fenómeno requiere, como en casi cada uno de los problemas sociales, una corresponsabilidad que, en este caso involucre políticas públicas y compromiso ciudadano en la misma ruta; en lo público: bibliotecas de barrio activas, horarios extendidos y espacios silenciosos; normas claras sobre uso de teléfonos y dispositivos en escuelas; campañas de alfabetización digital que enseñen a gestionar notificaciones, flujos de contenido y tiempos de pantalla. En lo privado: espacios reservados de lectura sin dispositivos cercanos, listas de lectura alcanzables, clubes de lectura locales y familiares y, sobre todo, la disciplina de disponer diariamente de entornos de “atención protegida”, es decir sin la interrupción que genera la dependencia a las redes sociales y el apego a los dispositivos electrónicos. Ninguna de estas medidas exige privilegios reservados a élites, por el contrario, son prácticas al alcance de todos. Solo así la lectura y la concentración dejarán de parecer un lujo para reposicionarse como una posibilidad colectiva.