Por Uzziel Becerra
Desde el 7 de julio, Andrés Manuel López Obrador visitó Estados Unidos para reunirse con el presidente Donald Trump y su gabinete el día 8 por la tarde, con el objetivo de concretar las negociaciones faltantes tras la entrada en vigor de del Tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá o T-MEC, instrumento que permitirá actualizar la relación comercial entre los tres países y que incentivará la economía de la región tras la crisis generada por el coronavirus. Sin embargo, las condiciones de la visita, el contexto electoral y el conjunto de variables representadas en ambos mandatarios permiten analizar la visita más allá del T-MEC.
Jeffrey Davidow, embajador de Estados Unidos en México de 1998 al 2002, hizo famosa una parábola que explica la interesante relación bilateral entre México y Estados Unidos: la del oso y el puercoespín. Mientras el oso (E.U.A.) es una bestia enorme, imponente y peligrosa para cualquier otra especie por su fuerza e indiferencia, el puercoespín (México) es un animal pequeño y desconfiado que, ante cualquier amenaza, saca sus púas dispuesto a responder y lesionar, de forma significativa e incluso mortal, a sus agresores.
Davidow relata que, en su experiencia como embajador, en los hechos “ninguna nación en el mundo tiene tanto impacto en las vidas cotidianas de los ciudadanos norteamericanos promedio como México” y “ninguna nación afecta más a México como el gigante del norte”; por sí mismos (de forma aislada) no encuentran coincidencias, puesto que los prejuicios y la ignorancia recíproca dificultan la relación bilateral. Estados Unidos es perjudicial para México por el daño colateral que produce en sus decisiones nacionales, mientras que México, gracias a sus instituciones débiles y condiciones socioeconómicas, puede agravar determinados problemas públicos, como la migración ilegal o el narcotráfico (según la interpretación de Davidow).
Sin embargo, cuando se trata de asuntos políticos, los ataques de un país a otro cobran una relevancia electoral importante, puesto que, mientras las acusaciones hacia los mexicanos inmigrantes son utilizadas para articular la estrategia del enemigo común en E. U. A. (que Donald Trump explotó para su candidatura a la Presidencia, llamándolos violadores y asesinos, culpables de la crisis de empleos y prometiendo la construcción del muro), en México los reclamos son sistémicos, señalando a E.U.A. como la matriz del neoliberalismo, culpable de todos nuestras desigualdades y corrupción (como lo hizo de forma determinante López Obrador para su campaña y mantiene vigente pero con matices). De hecho la relación de Trump y Obrador giraba en torno a acusaciones personales hasta antes de asumir sus respectivos mandatos como Jefes de Estado. Recuérdese la frase de campaña “Pondré en su lugar a Trump” o la denuncia interpuesta ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por la política migratoria propuesta por Trump.
La visita reciente evidencia que la relación México-Estados Unidos guarda la tradición, antigua y vigente, de los beneficios racionales, puesto que ambos países en circunstancias de cooperación pueden beneficiarse recíprocamente del intercambio comercial de exportaciones e importaciones de productos, así como la diversificación de los servicios, pilares fundamentales de la política neoliberal que supuestamente se había erradicado en México por el presente gobierno. Pero las exigencias de la realidad se superponen a las aspiraciones ideológicas nacionalistas de los siglos XIX y XX. La globalización, como dominio del capital financiero, requiere una amplia disposición política para la cooperación comercial y económica internacional (ahora con tendencia a la regionalización). El Tratado de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México, que sustituyó al TLCAN de 1994, es la muestra de esa necesidad y urgencia de crecimiento económico en tiempo de crisis sanitaria por SARS-CoV-2 y la crisis económica que trajo en consecuencia.
No obstante, pecaríamos de ingenuidad si no reconociéramos que la visita de López Obrador tiene objetivos múltiples, pues tiene que interpretarse desde el contexto del proceso electoral en Estados Unidos, en el que Trump disputará su reelección como Presidente y que se beneficia de la visita de AMLO; la urgencia del tratado trilateral de comercio para reactivar el bloque económico más poderoso del continente americano; las negociaciones en el avance de la política de seguridad y los operativos contra los capos de la droga, así como de la política energética, por el respaldo de Estados Unidos en las negociaciones internacionales del acuerdo petrolero en la OPEP, entre otros temas que no forman parte de la agenda oficial, como la política migratoria y las negociaciones institucionales implicadas en el T-MEC, pero que invariablemente se tocan en los encuentros privados, cara a cara.
Y es que, a cuatro meses de las elecciones intermedias en Estados Unidos, todos los movimientos se leen en clave electoral. Las manifestaciones sociales derivadas del hartazgo social ante el racismo y el abuso policial, cuyo punto de inflexión fue el asesinato de George Floyd, tundieron a Trump en las encuestas rumbo a la reelección, posicionando en consecuencia a la opción demócrata liderada por Joe Biden. Aunado a ello, las recientes manifestaciones del cantante Kanye West sobre su postulación a la Presidencia de los Estados Unidos también conforman una estrategia de división del voto, precisamente buscando debilitar la adhesión de la comunidad negra y latina que se consolidó en torno a la oposición del presidente por sus posiciones extremistas, racistas, discriminatorias y misóginas.
Al final la visita de López Obrador beneficia electoralmente a Trump, lo cual se puede interpretar a manera de favor cumplido tras el respaldo de Estados Unidos en las recientes negociaciones en la OPEP tras la caída de los precios del petróleo, entre otros tópicos. En ese sentido, cabe recordar que el mandatario canadiense decidió no asistir, pese a su interés por proteger a las inversiones en infraestructura de energías renovables, el combate contra el cambio climático y demás elementos. Probablemente porque no se encuentra en las mismas condiciones que México, rechazando la idea de entrar en el terreno del apoyo electoral indirecto, puesto que no hay certeza de que Trump continúe en la Casa Blanca.
Si bien los discursos sobre el respeto de Estados Unidos hacia México y viceversa tienen un impacto significativo en la opinión de los electores, en realidad el peso de la visita se mide tras bambalinas, sin cámaras, reflectores ni micrófonos, sentados en la mesa de las negociaciones de intereses recíprocos que suelen ser difíciles de conciliar. Pero los elementos comunes de los mandatarios permiten un piso mínimo de diálogo, pues no solo comparten la categoría de la edad (ambos son mayores de 60 años), la estrategia política (pragmatismo a ultranza y el ejercicio de la posverdad con una fuerte retórica que apela a las emociones de sus votantes fieles) y el carisma populista (de izquierda en México y de derecha en Estados Unidos), sino que requieren de una relación bilateral (y trilateral) estable y comprometida con levantarse del tropiezo recesivo en lo económico gracias a la pandemia de coronavirus. Ambos salen beneficiados en tales circunstancias.
Las visitas a los monumentos de Benito Juárez y de Abraham Lincoln, en torno al reconocimiento simbólico, así como las manifestaciones de apoyo y repudio hacia López Obrador, tienen su efecto en la percepción de la ciudadanía, tanto la norteamericana como la mexicana, por un lado enviando una señal de respeto por los grandes Presidentes de Estados Unidos (que guardan un importante rol en la memoria colectiva de los ciudadanos estadounidenses, pues dota de legitimidad a sus instituciones políticas) haciendo un homenaje al encuentro entre mandatarios en torno a la búsqueda de una relación bilateral con respaldos simbólicos, populares, mediáticos y, por supuesto, políticos. Por otro lado, la idea de que AMLO se mide con grandes personajes norteamericanos, fortaleciendo la idea del liderazgo grandilocuente o, como gusta llamarlo en la narrativa de la “cuarta transformación”, un “gobierno histórico”.
El encuentro se realizó en la Casa Blanca, tras una serie de actos protocolarios sanitarios y político, como la prueba de Covid-19 (a la que tuvo que acceder el mandatario mexicano) y el registro de la visita en la Sala Roosevelt. Lo sustancial se vivió en privado, con la presencia de las comitivas de México y Estados Unidos en las que prevalecieron los temas circundantes al T-MEC: comercio bilateral, aranceles, salud y seguridad, así como el apartado del comercio digital, servicios digitales, tecnología e innovación.
Finalmente, la gira del presidente Obrador concluyó con una cena de gala que tuvo como invitados a los principales liderazgos financieros y económicos de México y con fuertes inversiones en Estados Unidos, cuyas empresas e inversiones se fortalecerán también con el T-MEC, entre los cuales se encontraron figuras como Carlos Slim Helú, presidente de Grupo Carso; Ricardo Salinas Pliego, presidente de Grupo Salinas; Carlos Hank González, presidente de Grupo Financiero Banorte; Bernardo Gómez Martínez, copresidente ejecutivo de Grupo Televisa (el empresario que prestó su casa para que López Obrador se reuniera en privado con Jared Kushner, yerno de Trump); Carlos Bremer, presidente de Grupo Financiero Value; Patricia Armendáriz, directora de Financiera Sustentable; Francisco González Sánchez, de Grupo Multimedios; Marcos Shabot Zonana, de Arquitectura y Construcción, entre otros empresarios y Secretarios de Estado como Marcelo Ebrard, Alfonso Romo y Graciela Márquez. (¿La nueva élite del poder político-económico neoliberal? ¿El mismo que ya se había separado?)
En suma, la visita de López Obrador cumplió sus múltiples propósitos, tanto los anhelados por Donald Trump en términos electorales, como los propios del mandatario mexicano, por lo que se puede esperar que el T-MEC se desarrolle de forma eficiente y coordinada, buscando la reactivación y cooperación económica en ambos lados de la frontera. El oso y el puercoespín, cada vez más parecidos e interesados en torno a sus características (altos componentes populistas, pragmatismo a ultranza, polarización social y elecciones en puerta) y necesidades coyunturales (uno necesita amortiguar el golpe en las tendencias electorales de hispanos para su reelección y el otro incentivos de crecimiento económico), lograron negociar, conciliar y cooperar, pues “si mi adversario es débil, lo aplasto, y su es fuerte, me siento a negociar” señalaba Trump en 1987. En las palabras de López Obrador ante la prensa norteamericana: “fallaron los pronósticos, no nos peleamos, somos amigos”.
*Representante del CEA de la Asociación Mexicana de Ciencias Políticas en Morelos. Consejero Universitario de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UAEM. Secretario de Asuntos Políticos en el Colegio Nacional de Ciencias Políticas y Administración Pública Sección Morelos. Auxiliar Jurídico en el Corporativo Jurídico Paredes.