Por Everardo Monroy Caracas

Mujer, siempre alerta, pensando en ustedes.
Ya pronto veremos la luz al final del túnel.
Y será una experiencia más que podrás contar cuando tus cabellos sea hilos de nieve y tus manos, pequeñas y bellas, enfríen las mejillas de tus cercanos.
Te preguntaran los niños de Huaya:
—¿Y deberitas que tu viviste la pandemia del veinte-veinte, tía abuela?
—Sí, si… Claro… al lado de su tío Jimeno…
—Cuéntanos, cuéntanos tiita, por favor…
—Bien, bien… pero calladitos y acábense su mango sin ensuciarse la ropa…
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Hace algún tiempo, en un lugar llamado Montreal, vivían la maire Valérie Plante, su séquito de servidores y los gobernados: gente critica, creyente de Dios, asalariada e indiferente a producir sus alimentos en casa.
El pueblo montrealés estaba dividido en castas: miserables, burócratas, obreros, empleados de servicio, policías, militares, ministros de iglesia, jueces y patrones.
Cada casta era hermanada por el dinero, la iglesia, el alcohol, la droga y una constitución.
Montreal era un pedazo de tierra rodeado de agua fluvial. En verano y otoño, el verdor de la flora atraía extranjeros de idiomas diferentes y convertía a los lugareños en sus sirvientes, por una paga pírrica.
La fauna doméstica estaba obligada a vivir oculta y alimentarse de los desperdicios humanos.
Y durante el invierno y primavera, la nieve convertía a la isla en un fondant húmedo y pegajoso y en miles de vaporizadores ambulantes.
Ninguna bestia protestaba. La mayoría sobrevivía en los parques, las cloacas o el subsuelo. Las más audaces —ardillas, gaviotas y palomas— sobreponían su miedo y aceptaban las migajas que les arrojaban los humanos.
El jueves 27 de febrero, la Ministre de la Santé leyó un comunicado frente a micrófonos y cámaras de radio y televisión. Le informó a su pueblo que una mujer quebequés, del barrio de Verdun, había adquirido una extraña enfermedad tras su retorno de una visita que hizo en Irán. Un germen invisible, llamado Coronavirus, le provocó fiebre, tos frenética y dolor de cabeza y huesos. Tuvo que ser hospitalizada y enchufada a un respirador mecánico.
El pueblo miró y escuchó la noticia sin alarma.
En febrero, trece casos similares ocurrieron en otras provincias del país. Siete en Columbia-Británica.
En Ontario, una mujer sexagenaria enfrentaba el mismo mal. Según información oficial el virus lo contrajo en el Oriente Medio.
El mismo jueves, en los Estados Unidos se detectó a un hombre infectado de Coronavirus. Radicaba en California. Las autoridades sanitarias afirmaron que previamente el paciente hizo un viaje al extranjero.
El director general de la Organización Mundial de la Salud, Adhanom Ghebreyesus difundió que en 40 países existían indicios de la presencia del Coronavirus. El miércoles 11 de marzo declaró oficialmente la presencia de una pandemia en el mundo.
En esos momentos, China aún era el epicentro de la epidemia. Desde principios de diciembre de 2019, el gobierno y la sociedad daban la batalla para contener el avance del Coronavirus. Más de 34 mil chinos estaban contaminados y menos de mil habían muerto.
El miércoles 25 de marzo, la directrice régionale de la santé publique de Montréal, Dre Mylène Drouin reveló que una semana antes, en Lavaltrie, se había producido la primera muerte por el Coronavirus.
Sin embargo, otras 603 personas luchaban por su vida. Y en la provincia, mil 339 enfrentaban el mismo infierno.
Fue hasta el viernes 27 de marzo cuando el gobierno de Montreal declara el estado de emergencia.
Los montrealenses, muy a su pesar, tuvieron que confinarse en sus casas y departamentos.
Las calles, avenidas y bulevares de la isla quedaron semidesiertas. Únicamente abrieron sus puertas los hospitales, puestos de policía, supermercados y farmacias.
Y hasta el sábado 9 de mayo, en la provincia de Quebec habían muerto, por el Covid 19, dos mil 786 personas. De estas, 61 fallecieron en las últimas 24 horas. 36 mil 986 están infectados ((836 más que un día antes), mil 835 hospitalizados y 205 intubados.
En Montreal murieron mil 760 isleños. 18 mil 855 tenían que vivir confinados o intubados al contraer la enfermedad.
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—Y nuestra historia, queridos niños, aún no termina. Váyanse a lavar las manos y en otra ocasión les contaré cómo los animalitos de los parques y cloacas dejaron sus escondrijos y se apoderaron temporalmente de la isla…
—Nooooo, tiita… cuéntanoslo ahorita… ¿siiiiii? por favor…
—Mañana, mañana, si se portan bien…

*elplomero.blog