Por Uzziel Becerra

El tradicional grito de independencia se realizó en condiciones inéditas, gracias a las restricciones que generó la pandemia de covid-19, enfermedad que registra a la fecha más de 70 mil defunciones. El Presidente de la República se dirigió a la nación por a través de los medios masivos de comunicación, realizando un grito con nuevos elementos que apelan a la esperanza en el porvenir, la riqueza del pueblo mexicano y la fraternidad nacional. Lamentablemente no se puede aludir a un país unido ni entusiasta; lo que prevalece es la división, la fractura incentivada por razones políticas, ideológicas y por las afrentas del gobierno con la oposición en sentido amplio. ¿Cómo llamar a la unidad nacional y celebración de la independencia de nuestro país si es el mismo Ejecutivo Federal quien encabeza la permanencia del conflicto como estrategia gubernamental? ¿Realmente hay esperanza en el porvenir?

“¡Mexicanas, mexicanos! ¡viva la Independencia! ¡Viva Miguel Hidalgo y Costilla! ¡Viva José María Morelos y Pavón! ¡Viva Josefa Ortiz de Domínguez! ¡Viva Ignacio Allende! ¡Viva Leona Vicario! ¡Viva el Heroico Pueblo de México!; ¡Vivan las comunidades indígenas! ¡Viva la grandeza cultural de México! ¡Viva la libertad! ¡Viva la justicia! ¡Viva la democracia! ¡Viva la igualdad! ¡Viva nuestra soberanía! ¡Viva la fraternidad universal! ¡Viva el amor al prójimo! ¡Viva la esperanza en el porvenir! ¡Viva México! ¡Viva México ¡Viva México!”, expresó a viva voz el presidente ante la explanada semivacía de la CDMX.

AMLO realizó su segundo grito de independencia en el Zócalo capitalino, pero sin la presencia de los 100 mil asistentes que acompañan los gritos del Ejecutivo Federal como de costumbre. Dicho acto solemne fue transmitido por televisión e internet para los habitantes en todo el país; en la explanada solo se encontraban algunos invitados distinguidos. En esa ocasión no hubo multitudes, sino que las campanas resonaron a lo largo del vacío Zócalo de la capital. Al centro se encontraba un fuego que aludía la esperanza, y luces que asemejaban los contornos geográficos de México. Luego, un gran espectáculo de luces y fuegos pirotécnicos llenaron el cielo, junto a impecables interpretaciones musicales tradicionales mexicanas. Un grito muy popular, sin pueblo presente.

Sin embargo, aunque el contexto de las fiestas patrias es un llamado a la unidad nacional a través de símbolos nacionales, el recuerdo de nuestros mitos fundacionales, apelando el orgullo de sentirse mexicanos y a la reivindicación de la soberanía, los estragos de la pandemia de coronavirus han marcado el presente y futuro de los habitantes, tanto en términos de salud, pues se ha cumplido el escenario catastrófico pronosticado por el Dr. Hugo López-Gatell, como en términos económicos y la profunda crisis de seguridad pública. Las razones para celebrar no son muchas; hay más motivos para rendir homenaje, tributos y honrar la memoria de quienes han sufrido este desgastante episodio de la vida nacional.

En efecto, los sondeos de opinión nacionales han revelado que las grandes preocupaciones de la ciudadanía actualmente son la crisis económica, seguridad pública y el riesgo a ser contagiados del SARS-CoV-2, respectivamente. Pese a lo anterior, la agenda del gobierno se ha concentrado en atender otras causas que, aunque legítimamente habían adelantado como prioritaria, en la percepción ciudadana se lee como falta de empatía y sensibilidad. La rifa del avión presidencial (que no rifó ningún avión) y el juicio contra expresidentes ha dominado el centro del debate público, incentivado por el control de la agenda que ha monopolizado el presidente.

La ciudadanía reconoce que el combate a la corrupción no es un asunto menor, sino que constituye uno de los problemas más graves y arraigados del país, junto a la impunidad. Dicho diagnóstico llevó a López Obrador a la silla presidencial, pues abanderó esa causa desde su plataforma electoral, pero la realidad es que las necesidades de la población de forma inmediata versan sobre las cuestiones económicas, seguridad y salud. Y precisamente sobre esos tópicos no hay indicadores que indiquen avances o progresos, solo la esperanza en el porvenir, como anunció el presidente durante el grito.

En materia económica, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) estimó que en 2020 el Producto Interno Bruto (PIB) del país podría registrar una caída hasta de 10.2%, y el 2021 podría mejorar solo 3%. La estimación anterior se basa en el escenario que el organismo prospectó por el posible rebrote de contagios masivos, una vez que se reiniciaron las actividades económicas y productivas. Sobre este sector no hay esperanza en el porvenir cercano, solo que hablemos de un futuro de proyección a diez años, lapso en el que el país podría volver a tener las condiciones económicas que presentaba hasta antes de marzo del 2020 de acuerdo con la ONU.

Arturo Herrera, el secretario de Hacienda y Crédito Público, había advertido que el escenario económico proyectado para el 2021 era uno de los peores del último siglo, comparado con los estragos de la Gran Depresión; se registrará “la crisis más fuerte desde 1932; es casi el peor momento económico para el país en el último siglo”, señaló Herrera en una conferencia con instituciones financieras el mes pasado, por lo que también adelantó que el paquete económico del próximo año tendrá nuevos recortes al gobierno, en torno a la política de austeridad.

Y es que, pese a la pandemia y la crisis económica, la lucha contra la corrupción sigue siendo el elemento central de la narrativa y las acciones de su gobierno. Tan es así que el Segundo Informe de su administración inició de la siguiente forma: “fui de los primeros en sostener que el principal problema de México era la corrupción y ahora no tengo la menor duda. La peste de la corrupción originó la crisis de México, por eso me he propuesto erradicarla por completo y estoy convencido de que estos tiempos, más que en otros, transformar es moralizar…”. En este aspecto no habrá cambio de rumbo, la economía se levantará (así lo estima el gobierno federal) con los megaproyectos del Tren Maya, el nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, las refinerías, entre otros, así como la vigencia del T-MEC.

El Centro de Estudios Económicos y Sociales, que dirige el Dr. Miguel Székely Pardo, estimó que la crisis económica incrementará en seis millones el número de personas en situación de pobreza, y los que ya se encontraban en pobreza, que son doce millones, caerán en la pobreza extrema. En el mismo sentido, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo ha estimado que este año será la primera vez desde 1990 que habrá un descenso global respecto a la calidad de vida y desarrollo humano, puesto que la pandemia de covid-19 impacta de forma simultánea todos los elementos con los que se mide el desarrollo humano desde el PNUD: la salud, educación, ingresos, derechos, entre otros. Lo anterior permite al organismo internacional afirmar que las consecuencias de la pandemia no solo harán que el mundo retroceda de forma significativa, sino que será el equivalente a extinguir seis años de progreso humano. Por lo que los retos para el crecimiento y desarrollo económicos mexicanos son complejos. Aquí el porvenir se observa lejano y pesimista.

El semáforo epidemiológico ya no registra entidades en color rojo, sino que hay transiciones locales de entidades en color naranja hacia el semáforo amarillo, lo cual tendrá en consecuencia que las actividades productivas, turísticas y recreacionales comiencen a abrir con un aforo completo, lo que augura un rebrote de contagios y la posterior suspensión de actividades. Hasta que no se distribuya una vacuna contra el covid-19, los riesgos a la salud seguirán latentes y preocupantes para la población en México. Nuevamente, la esperanza estará en el porvenir, aunque el avance y desarrollo de las vacunas contra el coronavirus en diversas regiones del mundo auguran que no tardará mucho en llegar, así seguiremos expectantes.

Respecto a la seguridad pública y ciudadana, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública confirmó que el año pasado fue el más violento en la historia reciente de nuestro país, acumulando más de 35 mil víctimas de homicidios dolosos. A ello se suma la reciente afrenta contra el Estado mexicano del Cártel Jalisco Nueva Generación, que ha cobrado la vida de juzgadores y ha atentado contra la vida de quienes diseñan, ejecutan y dirigen los operativos contra el narco. Pese al diagnóstico presidencial, los habitantes ven el incremento de los robos a mano armada en el transporte público, a transeúntes y negocios. Ni la violencia ni la inseguridad han cesado.

En el fondo, los problemas de inseguridad van más allá de estrategias o el despliegue de la fuerza del Estado, tiene que ver con el desmantelamiento de cárteles que dominan zonas completas del país, sus recursos, territorios y su población. Aquí el porvenir no pinta nada bien y el Presidente lo sabe cuando afirma que combaten las causas más profundas, pero no las consecuencias inmediatas de la delincuencia organizada. La esperanza está en que, voluntariamente, dotándole de opciones para vivir dignamente, las personas que se dedican a delinquir abandonen sus impulsos delincuenciales para elegir el camino del estudio y trabajo esforzados. Esta perspectiva parecería funcionar a largo plazo, pero continuará dejando miles de muertos cada año en lo que se deciden a abandonar las armas y la violencia por la vía pacífica.

Considerando lo anterior, podemos señalar que esas masas populares ausentes, los millones de personas que observaron el grito desde sus hogares solo podrán tener esperanza en el porvenir, porque los indicadores anuncian que habrán condiciones de crisis prolongada, es decir, veremos recuperación de los indicadores solo en el mediano y largo plazo. Aún no se registra con exactitud la dimensión de las consecuencias y los estragos totales, falta camino por recorrer y ya conocemos de antemano las prioridades del gobierno. Como ciudadanos no deberíamos solo ser espectadores, como lo fuimos del grito, sino articuladores de demandas concretas a la gestión pública en todos sus niveles; no podemos estar a expensas de las débiles iniciativas gubernamentales ni a ocurrencias para refinanciar proyectos del pasado. Si queremos tener esperanza, el camino está en construirlo desde abajo, desde la sociedad civil organizada. Conocer, aprender, exigir y evaluar con rigor al gobierno, sea del color que sea. Solo así podremos formar un futuro o un porvenir con esperanza; la esperanza debe estar en el México de su gente, no en las manos de sus dirigentes.

*Representante del CEA de la Asociación Mexicana de Ciencias Políticas en Morelos. Secretario de Asuntos Políticos en el Colegio Nacional de Ciencias Políticas y Administración Pública Sección Morelos. Consejero Universitario de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales en UAEM. Representante de Morelos en el Congreso Nacional Universitario. Auxiliar Jurídico en el Corporativo Paredes.