Por Leticia Villaseñor

CUERNAVACA, Mor., 23 de junio.- Las autoridades son completamente inoperantes ante desapariciones, denunció Jessica Acosta quien lleva cuatro días sin saber el paradero de su padre José Acosta Barrera, un taxista de 54 años de edad que  padece diabetes e hipertensión.

Su zona de trabajo es el municipio de Temixco, una de las áreas de mayor índice delictivo en la entidad, donde el pasado 19 de junio fue visto por última al filo de las 18:00 horas, por el rumbo del Conalep, ubicado en la calle del mismo nombre en la colonia Azteca del municipio sureño.

El  trabajador del volante no regresó a casa a la hora usual. El reloj daba las 11 de la noche, cinco horas más tarde de su llegada acostumbrada. El celular no daba respuesta ni esperanza.

Su hija Jessica salió a buscarlo por las inmediaciones, entre los vecinos, los amigos, los compañeros de trabajo. Nadie le había visto desde la tarde de ese viernes.

En la madrugada acudió al módulo de seguridad de Xochitepec donde simplemente le negaron apoyo. No había dónde buscar. Fue entonces a la Fiscalía General del Estado pero ahí la remitieron a la Procuraduría General de la República (PGR), a la Unidad de antisecuestros, a pesar de que nadie había pedido rescate por José.

En la dependencia federal rehusaron tomar su caso, pero Jessica asegura que fue por lástima ante su desesperación que la atendieron. Pidió entonces rastrearan el celular de su padre, el cual todavía sonaba pero al sexto timbrazo remitía al buzón. Tras suplicar por varios minutos que emprendieran dicha acción, Jessica obtuvo los datos que el sistema de posicionamiento global (GPS, por sus siglas en inglés) arrojó, pero el personal de la PGR le advirtió que por no ser de su jurisdicción no enviarían elementos.

Le dijeron entonces que fuera ella con algún otro familiar. Jessica no habla del lugar al que fue remitida, sólo relata que llegó a la dirección dada por la Procuraduría pero el teléfono ya no marcaba, una voz fría anunciaba que su llamada sería remitida al buzón de voz.

No había nadie en el lugar ni rastros de su padre o del taxi que conducía. Jessica sólo tiene en sus manos la denuncia por desaparición que pudo levantar en la Fiscalía, un montón de promesas sobre la presunta búsqueda de su progenitor por parte de las autoridades, la queja que levantó en la Comisión de Derechos Humanos (CDH) Morelos y la desesperanza a cuestas, ya que el índice de estas víctimas que son encontradas y con vida es mínimo.

Las opciones de Jessica se redujeron, por eso acudió a los medios, ahí donde el memorial de víctimas por desapariciones que colocara el activista Javier Sicilia en 20011 se ha convertido en parte del mobiliario urbano que corre la suerte de ser obviado al volverse cotidiano… como las víctimas.