Por Cinthia Hernández Guillén

JIUTEPEC, Mor., 28 de julio.- En esos dos cuartos sostenidos de tabiques y madera, cubierto con láminas de metal, el infortunio se apoderó de sus moradores.

La abuela fue diagnosticada con cáncer, el nieto también y la bisnieta tiene una enfermedad que le impide desarrollarse y mantener erguida su cabeza. Los médicos dicen que la menor de un año y seis meses tiene un coágulo en su cabeza, en tanto que su mamá la abandonó a suerte.

El padre de familia, Jorge Luis Ortega Garduño, de oficio panadero, le diagnosticaron cáncer en la columna vertebral, inoperable, dicen, y para recibir las quimioterapias debe viajar al Ciudad de México con la ayuda de su hermano, de oficio taxista.

En el colmo de la desgracia les robaron su tanque de gas por lo que cocinan con leña y su camioneta donde vendían el pan se descompuso.

La familia vive en la colonia Calera Chica del municipio de Jiutepec, considerado por la Sedesol como una de las demarcaciones donde se concentra un porcentaje importante de rezago social, por su alta densidad poblacional y donde los índices de desnutrición en algunas comunidades son muy altos.

A la vista Jorge, de 24 años de edad, luce un desanimo que sólo es desactivado con la mención de su hija, Alicia Janet, una bebé de 18 meses, quien vive al cuidado de una tía debido a que su padre no puede atenderla. Su madre biológica la abandonó cuando tenía tres meses de edad.

 

Cuna de la desgracia

En una casa humilde de la colonia Ampliación Poniente Calera Chica, municipio de Jiutepec, distante 30 minutos de la capital morelense, vive Jorge Luis, en una edificación de apenas dos recámaras en obra negra. Los tabicones están al descubierto y algunas láminas de metal, que sirven como techo, se escucha la caída de pequeñas piedras o el caminar de algún gato.

Jorge ocupa el único sofá de la habitación, utilizada como cocina, sala y comedor; la humedad se apodera del espacio y despide ese peculiar olor. El joven dibuja una pequeña sonrisa mientras platica que su único sueño de niño era estar siempre con sus padres, aprender el oficio de su padre, la panadería. “Lo que me gusta es hacer pan y arreglar autos, la mecánica, pero pues uno no puede hacer las dos cosas, se tiene que enfocar en una sola; no quise estudiar entonces tuve que aprender”, dice Jorge con estudios de tercero de primaria.

Empezó a trabajar desde los nueve años de edad en la panadería de cuyo oficio recuerda que elaboraba el pan que su mamá y otras personas lo vendían. «Ahorita no trabajo, mi panadería se vino abajo, se fue en gastos de hospital, estudios y más estudios, también tenía que atender a mi hija y tampoco pude por lo mismo”, cuenta.

A los 22 años conoció a la madre de su hija y a los 23 se juntaron. “Lo más bonito de esa relación es mi hija, malita o no yo la quiero mucho, soy feliz con mi niña; pero pues me enfermé y se fue todo para abajo, ya no pude continuar con su tratamiento. Desde que nació detectaron que tenía un problema, le hicieron la prueba del tamiz, nos llamaron para que la lleváramos al Hospital G. Parres y fue cuando decidieron internarla  por el coloramiento que tenía en su piel. Yo no podía ir a verla y cuidarla, su mamá no era muy cariñosa con ella, se fastidiaba… no sé”.

Su hermano, Alejandro, se quedó en el hospital con su hija y les explicaron que tenía un coágulo cerebral. Después del diagnóstico médico inició tratamiento en SIDIS (Servicios Integrales para la Prevención y Atención de la Discapacidad por Defectos al Nacimiento) del municipio Temixco. “Hasta donde supe la pueden operar o con un tratamiento se puede deshacer el coágulo, pero ya no le dimos seguimiento, además no me dejaban porque Alicia no tenía su acta de nacimiento, su mamá la registro como madre soltera y a mí me dejo a un lado y apenas que me ayudaron a arreglar el acta de mi hija; pero ahora estoy enfermo”, lamenta.

 

El cáncer

A Jorge le fue diagnosticado linfoma de Hodgkin cuando su hija Alicia tenía apenas nueves meses de edad. Dice que todo fue por un accidente que tuvo en agosto de 2015 cuando ayudaba a su padre y un tío en trabajo de albañilería. Una roca de gran tamaño se rodó directamente a él y utilizó toda su fuerza para detenerla, mientras ellos lo ayudaban para que se liberara de la piedra. “El cáncer se me desarrolló como una mala fuerza, en ese momento después del accidente no me sentí mal, quince días después empecé a resentirlo, pensé que era descompostura y fui a que me sobaran; pero comencé con fiebre, dolor de espalda y rodillas, no me podía levantar, cuando antes era muy activo, no estaba quieto”.

Su familia dudaba de su salud y preguntaban si era enserio a lo que contestaba: “no estoy bromeando, a mi menos que a nadie me interesa estar acostado”. Entonces acudieron al centro de salud municipal y primeros los estudios arrojaron que tenía anemia y después transfirieron su caso al Hospital José G. Parres, en Cuernavaca, al cual acudió por medicamento y al regresar a su casa, su mamá le dijo que tenía que regresar al hospital y entonces lo internaron.

“Iniciaron los análisis, fácilmente fueron más de 15 estudios que me hicieron y fue donde se agotó el dinero, todo era para el hospital y ya no había nada para invertir en la panadería. El doctor Suvalejo fue el que me diagnostico cáncer de Hodgkin, se forman bolitas en las partes blandas, donde los tengo no es operable, porque están en la columna vertebral y una operación es de mucho riesgo, entones el tratamiento es a base de quimioterapia”, gracias a ese desafortunado accidente fue como se le detectó a tiempo.

Jorge revela que al inicio de su viacrucis fue juzgado por su aspecto humilde ya que trabajadoras sociales, enfermeras y doctores le cuestionaban sobre las drogas que utilizaba y siempre respondió con una negativa porque nunca ha usado drogas.

Cuenta que un día su paciencia fue nula y respondió a un doctor: “mire no uso drogas pero se en donde venden, si quiere vamos, lo acompaño, pero no me estén preguntando a cada rato eso, yo nunca he probado la droga”.

Está afiliado al Seguro Popular pero no cubre padecimientos como este y nuevamente del Hospital José G. Parres lo transfirieron al Instituto Nacional de Cancerología (INCAN), ubicado en la Ciudad de México, donde hasta el momento le han aplicado 5 de 8 quimioterapias, las cuales deben realizarse cada quince días, pero antes le deben administrar Filgastrim porque sin esa dosis no puede ser sometido a la quimioterapia. “Si no me pongo la vacuna o están bajas mis defensas, me regresan otra vez, el doctor lo que menos quiere es que alargue las quimio; pero no tengo dinero para la vacuna, qué hago”, cuestiona.

 

Costos médicos

El Filgastrim en el INCAN tiene un costo de dos mil ochocientos pesos, mientras que en cualquier farmacia alcanza precios de 10 a 28 mil pesos por 5 ampolletas, y gracias a que a Jorge le donaron unas pudo realizar con mayor frecuencia sus quimioterapias, pero ya se terminaron. Él tiene muy grabadas las palabras de un letrero que se encuentra en la sala de espera del INCAN y las repite en voz alta: “Aquí tienes que venir con dinero, tiempo y paciencia, paciencia pues tenemos; pero dinero, no hay mucho dinero”.

Su día a día, a partir del diagnóstico, es despertar, visitar a su hija, que se encuentra en la casa de una de sus tías que vive en San Francisco Texcalpan, perteneciente al municipio de Jiutepec, ya que por el momento no la puede cuidar debido a que en cualquier instante le llamen y le pidan que vaya al hospital, y sus papás solo pueden hacerse cargo de los cuidados de Jorge. “Estoy aquí con mis padres, vamos al día, mi papá hace poquito pan, a mano, ya no es lo mismo que estar prendiendo una máquina, por la luz, hace poquito para ir pasándola, aquí lo único que me queda es pararme, salgo, voy a caminar, ando con mis sobrinos de 5 y 4 años, voy a ver a mi niña. Trato de no estar tanto encerrado, de distraerme para no deprimirme”.

Relata también que su desesperación lo llevó a cometer un error porque desobedeció a su mamá y  los doctores e ingirió alcohol. “Ya no aguantaba ver a mi hija acostada, tirada, mis padres no tienen mucho dinero y pues yo por un lado necesitando dinero y necesitando cosas, de hecho, casi no tomo, fumar menos”, confiesa Jorge.

Su abuela paterna, de 80 años de edad, padece cáncer de mamá y un hermano de su mamá de 45 años sufre de linfoma de Hodgkin. Actualmente recibe apoyo de un grupo de ayuda denominado Te ayudamos de corazón, pero no es suficiente, así que su hermano inició una campaña en redes sociales para dar a conocer la historia de Jorge y la ayuda empiece a multiplicarse.

Le faltan tres de ocho quimioterapias para seguir con su tratamiento y al finalizar le realizarán un estudio y según el resultado quizás sean necesarias una o dos quimioterapias más o ninguna. El doctor Valentín Lozano, del Instituto de Cancerología, le ha pedido no prolongar el tiempo, pero no cuenta con el dinero para terminar su tratamiento.

Los ojos de Jorge se llenan de un brillo especial al hablar del futuro, cuando la tormenta haya pasado. “Tengo tres sueño: el primero, que se recupere mi hija, ese es el principal, que mi hija este bien, que al salir del hospital me digan, tu hija ya no va a tener nada, ya se lo vamos a quitar; de ahí volver a levantar la panadería, volver a trabajar, ser lo mismo que antes era; y pues más adelante con calma poner un deshuesadero o arreglar carros, que son las dos cosas que más me gustan hacer”, concluye, en su intimidad acaricia el futuro soñado y nos regala unas pequeñas sonrisas.

Si deseas ayudar a Jorge y su familia, puedes ponerte en contacto al número de celular 7772600962 con la señora Oliva Garduño, mamá de Jorge.