Por Leticia Villaseñor
Jojutla, Mor., 18 de julio.- Gustavo apenas tiene nueve años pero ya sabe lo que quiere, la recámara del piso de arriba de la casa de sus abuelos Rosamaría y José Guadalupe, que huele raro, dice, porque está recién pintada.
El niño sube y baja feliz las escaleras de lo que será su nuevo hogar, luego de vivir por casi 10 meses en la calle, en un albergue, bajo una carpa y en un cuartito donde les hicieron lugar, cuando la casa de sus abuelos se vino abajo, como otras tantas de la colonia Emiliano Zapata, “La Zapata”, como se le conoce a la llamada zona cero de Jojutla, el municipio más afectado por el sismo del 19 de septiembre del año pasado.
Desde que nació “Tavo” como le dicen todos los que lo conocen, fue recibido en aquella casa de un piso y techo de lámina a la que sus abuelos les tomó años juntar dinero para el aplanado.
Ahí vivía con su madre, quien a los pocos meses que nació salió en busca de trabajo para ayudar a los gastos de la casa y lo que se ocupa en un bebé.
Doña Rosa y Lupe, gente sencilla que llegó a la Zapata hace 50 años con la habilidad de ser comerciantes, les preocupó más dónde iba a jugar Tavito que su propia seguridad.
Aquella tarde del 19 de septiembre, el pequeño y su abuela recién llegaban a su casa de la escuela, que está a media cuadra.
Pasaron varias semanas en el albergue ubicado en un jardín de Niños situado en la acera contraria de la primaria del niño, que también se vino abajo, como la iglesia y prácticamente todas las casas frente la casa de los abuelos de Tavo, como la de los vecinos de al lado y de la otra cuadra.
Pero lejos quedaron aquellos recuerdos, Tavo sólo habla de lo que será su nuevo cuarto para él solito porque la casa que le regalaron “los del gobierno y el Slim” tiene tres cuartos, uno para sus abuelos, otro para su mamá y el otro para él.
El niño abre todas las puertas, se asoma a los cuartos vacíos, juega con el refri y la estufa con el plástico sin quitar, regalo de una marca de electrodomésticos, se mete al baño y sonríe, abre la llave de la regadera y se hace a un lado para no mojarse.
Como cualquier niño de su edad, Tavo explora cada rincón de se casa anaranjada, sonríe y sale al puesto de quesadillas de una amia de la familia que está a tres pasos de la puerta, la obliga a pararse y a recorrer con él, de nuevo, su nueva casa.