Por Daniela Pastrana|Imágenes: Prometeo Lucero
El muro de acero transforma las ciudades fronterizas en zonas donde se truncan familias, amistades, sueños y aspiraciones. Donde las huellas de los pasos se pueden convertir en desechos de jeringas o en cruces empotradas en una barda. Donde los atardeceres junto al mar se comparten a través de una reja.
En “la línea”, el tiempo no existe y la espera puede durar años. El silencio sobrepasa la vida. No hay identidad, ni pasado, ni vuelta atrás, porque el largo camino terminó por arrancar las raíces.
El hambre viene / el hombre se va / ¿Cuándo volverà?
Durante décadas, esta frontera fue la principal puerta de mexicanos pobres a Estados Unidos. Ahora, cada vez son más los viajeros del sur, expulsados de la región más pobre y violenta del continente. Unos buscan cobijo en los albergues que la red de iglesias ha instalado en la frontera. Otros viven en las laderas del bordo del Río Tijuana o en los condominios Montealbán – tierras de los sin nadie-. Bajo el inclemente sol de agosto, esperaran mejores tiempos para cruzar esta frontera sellada después del 11 de septiembre de 2001.
Su único horizonte está en el norte. Sus historias se repiten: “De donde vengo no hay nada”.
Soy una raya en el mar / fantasma en la ciudad / Mi vida va prohibida / dice la autoridad
Del otro lado, la vida es simple: sólo tienen que ser invisibles, pasar desapercibidos para que nadie descubra su maldito origen. Aprenden otra lengua, otras costumbres. Trabajan. Estudian. Se esfuerzan por ser otros, distintos a los que eran. Aprenden a vivir mirando hacia atrás para evadir la ley que les recuerda que no tienen documentos migratorios.
Ahora saben que no es suficiente. La mayoría de los que esperan aquí fueron deportados en los últimos cuatro años, los de la más agresiva política de deportación de Estados Unidos.
La muerte viene / la suerte se va / por la frontera
El limbo es un espacio de almacenamiento a donde se envían los archivos borrados; es el borde de una estrella, o el lugar de espera entre los vivos y los muertos.
Los migrantes atrapados en esta frontera sobreviven de limpiar automóviles, cargar bultos en el mercado, hacer trabajos de albañilería, reciclar basura o pedir dinero en las calles.
Nadie quiere recordar el nombre o el rostro del otro, cuya suerte es un volado. Aunque muchos han compartido una dosis de heroína o una persecución en el desierto. Incluso, han acampado juntos para exigir que se respete su derecho a desear una vida mejor que la que dejaron.
Aquí están ellos, atrapados en su sueño. Atrapados en su limbo.
El texto forma parte del proyecto En el Camino, realizado por la Red de Periodistas de a Pie con el apoyo de Open Society Fundations.