La elección del nuevo presidente del TSJ de Morelos revela una trama de disputas personales que desacredita al Poder Judicial ante la mirada de una sociedad cada vez más escéptica.

Por Justino Miranda

En el corazón del edificio de Galena donde debería habitar la Justicia, se libra hoy una batalla que no es por principios ni por el bien común, sino por poder. Una disputa feroz, carente de decoro, que ha convertido al Tribunal Superior de Justicia de Morelos en un ring de egos y ambiciones personales. Lo que debería ser un espacio de institucionalidad y acuerdos se ha transformado en un campo minado por la incapacidad de sus magistrados para alcanzar un consenso básico: elegir a su presidente.

Desde la entrada en vigor de la reforma judicial en el estado, el Tribunal quedó acéfalo. Luis Jorge Gamboa Olea —símbolo de una era en retirada— dejó la presidencia, y con su salida se abrió un vacío institucional que aún no logra cerrarse. Lo que debió ser una oportunidad para renovar el compromiso con la ciudadanía se ha convertido, otra vez, en una pelea interna sin altura.

Montero vs. Mújica: la interna que nadie logra resolver.

Los nombres que se barajan para ocupar la presidencia —Nancy Giovanna Montero y Javier Mújica Díaz— no generan consensos sino fricciones. Cada uno representa una corriente interna, un bloque, una trinchera. Y entre vetos cruzados, rumores de presiones externas y maniobras silenciosas, el Tribunal permanece paralizado, arrastrando consigo a todo el Poder Judicial del estado hacia el descrédito.

Detrás de cada voto se adivinan intereses que poco o nada tienen que ver con la justicia como valor, y mucho con la justicia como herramienta de control.

Son los mismos rostros que han transitado años en la cúpula judicial sin ofrecer señales de renovación real, y que hoy reproducen los vicios de la política partidaria que, se supone, deben contrapesar.

Una cita decisiva, una esperanza ciudadana

Este martes a las 9:00 horas, los magistrados han sido convocados para intentar lo que ya parece una quimera: votar. El pueblo, siempre ausente de las discusiones de palacio, espera que por una vez los togados antepongan sus intereses personales y abracen al Poder Judicial como un solo cuerpo.

La expectativa no es ingenua: se trata de una exigencia mínima. Que se comporten como magistrados, no como litigantes encarnizados. Que comprendan que su función no es disputar cuotas de poder, sino ser garantes de la legalidad, la imparcialidad y la dignidad institucional.

Un tribunal desconectado de la justicia realPero las señales no son alentadoras. El espectáculo hasta ahora ha sido el de una élite ensimismada, más preocupada por conservar privilegios que por corregir el rumbo. Un tribunal fragmentado, incapaz de mirarse a los ojos sin calcular el siguiente movimiento político.

Lo que se juega en esta elección no es solo una presidencia, sino la credibilidad de todo el aparato judicial de Morelos. Y hasta ahora, los magistrados vienen perdiendo por goleada. No frente a sus adversarios internos, sino frente a la sociedad que aún cree —cada vez con más escepticismo— que la justicia puede ser algo más que una promesa vacía.