Por Everardo Monroy

Usted puede caminar tranquilo por el boulevard Leannec de Saint Brieuc. La gente trabaja.

Huele a mariscos.

Las ostras y el yodo se han apropiado de la ciudad.

El canal de la Mancha es su abrevadero. La salinidad, razón de sus actos. No hay salida.

Meterse al Youpala Bistrot es perder el tiempo. Estaremos borrachos al término de la tarde.

Y nos maldeciremos por un asunto conyugal. Un divorcio está en puerta.

Una forma peculiar de funcionar la relación humana en Francia, España e Italia.

Hay algo de irracional ante los embates de la tristeza diaria.

Nadie se lo explica.

—Tienes que callarte, Che —pido—. Estamos aquí porque esto debe tener una salida…

Ricky sigue con su bermuda zurrada de lodo. Ha bebido demasiado vino vasco. Los zuecos de goma imprimen su marca negra en la banqueta.

Lilia casi exhibe los senos al descender del autobús. Viste el mismo bikini de hilo dental.

Unos cuantos curiosos captan el incidente.

Los lugareños se han acostumbrado a tolerar a turistas desarrapados.

Mientras dejen Euros, en la ciudad de Saint Brieuc es posible cerrar los ojos.

El morbo en Saint Brieuc no es negocio.

Deseo comer ostras y camarones fritos. Es necesario ascender a la rue Des Capucines y girar a la izquierda. El andar es continuo hasta alcanzar la rue Palasne de Champeaux, callejuela estrecha, limpia, extremadamente limpia.

El Youpala Bistrot es de un nivel. Vieja tienda de confitería. En una tira negra, el nombre está rotulado a dos colores: Youpala en fondo café y Bistrot en blanco.

Todo es rústico. Me sorprende.

Las construcciones de piedra y tabicón conservan el antiguo toque de principios de siglo.

Menos de cincuenta mil personas viven en la ciudad pesquera.

Por la mañana visitamos los criaderos de ostras. En menos de una hectárea de playa, sin cerco, la familia Zola reproduce moluscos al aire libre.

No necesita bucear para extraerlos de los arrecifes.

—Eso es lo que me incomoda —digo y manoteo sin poderme contener—. En México tenemos mejores playas que en Saint Brieuc y producimos mierda y botellas de plástico…

Ricky echó la mona y Lilia prefirió acompañarme en mi caminata.

—¿Puedo dormir esta noche en tu habitación?

—Es tu habitación…

—Gracias Leo…