Por Marco Lara

En las redacciones de noticias discutir sobre la figura del «corresponsal de guerra» tiene su complejidad, porque en el gremio periodístico esta especialidad del reporterismo es sacralizada, al relacionarla con una cierta concepción de: 1) ser periodista, asociada a su vez a la aventura, la adrenalina, la hombría, y 2) el ejercicio de la profesión periodística, visto como valeroso, audaz y militante.

En nuestro gremio es fácil sacar de su centro a cualquiera con preguntas así:

1) ¿Por qué en vez de corresponsal de guerra no enviamos un corresponsal de paz?

2) ¿Por qué, en lugar de entrevistar a un corresponsal de guerra para un reportaje sobre la cobertura noticiosa de conflictos armados, no entrevistamos a uno de paz?

3) ¿Por qué al cubrir un conflicto bélico nos centramos más en la violencia y los actores beligerantes, que en las fuentes de esa violencia, la situación de la población y las víctimas, y la voz de quienes proponen la transformación pacífica del conflicto?

4) Tú, que estás recién salido de la universidad y dices aspirar a ser corresponsal de guerra, ¿por qué no te especializas mejor como corresponsal de paz?

Producen desconcierto mayúsculo, como si quien las formula hubiera perdido el sentido de realidad; renegara de su esencia profesional y la supuesta naturaleza adrenalínica del periodismo; fuera incapaz de justipreciar el valor y la audacia o, simplemente, hablara motivado por la envidia o la necedad.

Parece un tema menor y nada cool, pero es crucial: mientras la exposición al peligro —como si fuéramos, digamos, militares, cazadores, pistoleros, tragafuego, boxeadores o domadores de circo— sea uno de los mayores méritos a los que debiéramos aspirar los periodistas, muchas veces aún por encima de la excelencia profesional y la responsabilidad social, quizás el periodismo nunca deje de ser el eficaz instrumento reproductor de violencia simbólica al servicio de poderes fácticos violentos.

Esta mentalidad gremial —más paradójica que nunca en un momento de la historia de México en el que por sistema se nos violenta a los periodistas— permea nuestro ejercicio profesional no solo en lo tocante a la cobertura de confrontaciones armadas. Johan Galtung apunta que «En general, parecen existir dos maneras de reportear conflictos, el camino bajo y el camino alto, dependiendo de si la atención está centrada en la violencia, en la guerra o en quién gana, o en el conflicto y su transformación pacífica. Los medios confunden ambos e incluso hablan de conflicto cuando en los hechos quieren decir violencia».

Precisa que el «camino alto», o sea, «… el camino del periodismo de paz… se enfoca en el conflicto y su transformación. Existe la amenaza y la realidad de la violencia, pero en la raíz se trata de un conflicto no resuelto que puede conducir a una cadena de venganzas».

No significa que los periodistas de paz eludamos lo escabroso. Tras preguntarse si «¿el periodismo de paz también reporteará la violencia?», Galtung responde contundente: «Por supuesto. Pero reporteará la violencia de todas las partes, y el sufrimiento de todas las partes, no solamente la violencia ajena y nuestro sufrimiento. También alcanzará más profundidad, reporteando las causas y efectos invisibles de la violencia sin caer en la trampa de confundir violencia con conflicto».

Así, al cabo se revela el objetivo de cada periodista. El corresponsal de guerra y, por extensión, el dedicado a conflictos sociales, se concentra en la violencia —y hasta se regodea—, haciendo de ella la razón última de su periodismo, no obstante, añade Galtung, que «Los conflictos con solamente dos partes son abstracciones, como juegos, deportes, juicios legales y guerras que se pueden encontrar en el reporteo de casinos, arenas deportivas, juzgados y campos de batalla. La realidad es diferente».

Por el contrario, «El periodismo de paz —y quien lo ejerce— procura la despolarización de las partes mostrando el blanco y el negro de todos los bandos, y des-escalando mediante un énfasis tan fuerte en la paz y la resolución del conflicto, como en la violencia».

He reflexionado más en todo esto desde que vi por CNN en Español [agosto 27, 2014] el reportaje «Indígenas y judíos se pelean en Guatemala». Habiendo cubierto como reportero innumerables conflictos y revisado durante casi tres décadas y media noticias, crónicas y reportajes que abordaban noticiosamente las violencias, nunca se me había revelado con tal claridad cómo el periodismo, con su frame guerrerista, confunde, desinforma, contrainforma y se convierte en uno de los más potentes mecanismos del poder para el linchamiento social, confiriendo a la industria de las noticias y al periodismo un rol mercenario, alejado del interés público y la responsabilidad social.

Es sintomático el que dicho reportaje comience con una toma de la periodista llegando en lancha a la comunidad maya de San Juan La Laguna —municipio de Sololá—, tal vez dando más la idea de alguien que se dispone a cubrir un asunto turístico o folclórico, que un conflicto social con enorme potencial de violencia y grandes visos de xenofobia.

 

@Edad_Mediatica