Por: Uzziel Becerra

Más de 130,000 personas reunidas en el Zócalo capitalino expresaban sin cesar “¡Presidente, Presidente!”, “¡sí se pudo, sí se pudo!” “¡no estás solo!” ante la presencia del Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, durante la primera ceremonia del grito de Independencia. Un evento que demostró austeridad, serenidad y mucho apoyo popular. Tanto en el discurso como en los hechos, se reivindicó a tradición indígena, la herencia de la nación mexicana y se apeló a los máximos principios de libertad, fraternidad e independencia. ¡Viva México! Pero, ¿será suficiente apelar a los valores nacionales cada 15 de septiembre para generar los efectos que el actual gobierno busca de sus ciudadanos?

Respecto a la forma, el presidente parece haber escuchado recomendaciones sensatas, resistiendo la tentación de pronunciar un largo y tedioso discurso a manera de preludio; fue directo al tradicional grito de Independencia, sumando 20 veces ¡viva!, desde los clásicos viva José María Morelos y Pavón, Josefa Ortiz de Domínguez, Ignacio Allende, Miguel Hidalgo y Costilla, hasta vivan los héroes anónimos, viva las comunidades indígenas, viva el heroico pueblo de México, viva la grandeza cultural de México.

Sobre el fondo, la incorporación de nuevos elementos célebres en el grito fue una manera de reivindicar a las comunidades indígenas, de plasmar en términos amplios su visión de lo que el país representa, así como la jerarquía de valores sociales. No cabe duda que en la historia del país, cada presidente ha renovado su discurso, su narrativa y la expresión de sus mensajes, muchas de las veces respondiendo a la coyuntura y otras, como en esta ocasión, plasmando un mensaje personal.

De acuerdo con la recopilación de Jacobo García y Carmen Morán de El País, Peña Nieto incorporó “¡Viva la solidaridad con los mexicanos de Chiapas y Oaxaca!” tras haber ocurrido sólo una semana anterior un terremoto en aquellos lugares, en 2017. Vicente Fox pronunció “¡Vivan nuestras instituciones!”; Carlos Salinas de Gortari agregó ¡Viva Zapata!” en 1994, año en que surgió el movimiento zapatista de liberación de liberación nacional; Luis Echeverría Álvarez recordó “¡Vivan los países del Tercer mundo!” y Lázaro Cárdenas incluyó “¡Viva la revolución social!” hablando en la política de su gobierno.

Respecto al elemento simbólico, vimos un presidente cuyo balcón y cuyo pasillo en Palacio Nacional se veía solos, austeros y sin acompañamiento, más que con su esposa; el estilo personal de gobernar que proyecta un doble mensaje: primero, no al rendimiento de pleitesías por la élite gubernamental, pues naturalmente lo recibiría de la población reunida debajo de él; y, en segundo lugar, un presidente acompañado de únicamente de los símbolos patrios, reforzando la idea de que él es el representante máximo del Estado Mexicano.

Así, el pasillo de honor no fue ocupado como en otros sexenios sino que permaneció vacío. Sin embargo, gracias al embajador de Estados Unidos Christopher Landau y otros diplomáticos, en redes sociales se pudieron conocer imágenes de la celebración que se vivió en el patio central de Palacio Nacional y donde hay sí hubo personalidades y los principales actores de la élite nacional.

Con independencia de lo que pueden ofrecer nuestros gobernantes durante el grito del 15 de septiembre en todas las comunidades del país, lo cierto es que los ciudadanos mexicanos nos regocijamos de diversas maneras, celebrando y descansando de la cotidianidad. Lo complicado es recordar la historia nacional como un referente para reflexionar sobre nuestro papel en el tiempo y espacio que nos ha tocado vivir. Gritar viva México cada año no aporta mucho en realidad si no va acompañado de una introspección sobre nuestro papel como ciudadanos.

Vale la pena mencionar que la conmemoración de la independencia de nuestro país ayudó a formar la identidad del mexicano, puesto que en el inicio de nuestra vida independiente ni los peninsulares, ni los indígenas del sur o los mestizos en el norte del país se sentían mexicanos; no existía una identidad como sociedad mexicana ni como país libre. Posteriormente, fue Porfirio Díaz quién determinó que la celebración de Independencia fuera el 15 de septiembre y no el 16 como data la historia, con pretexto de su cumpleaños, pero impulsando uno de los festejos nacionales más relevantes para la sociedad, buscando la exacerbación del sentir patriótico y nacionalista. Hoy, a más de 200 años de vida independiente, los ciudadanos mexicanos, si bien podemos aceptar nuestra categoría de mexicanos, no hemos podido concebir por completo la dimensión de ser un ciudadano.

La calidad de ciudadano proviene de la polis griega, tomando fuerza en el paradigma de la civitas romana, refiriendo a las personas libres que habitaban la ciudad. Alude irremediablemente a la civilidad o la cualidad cívica de la persona libre en la ciudad: ciudadano es aquel que toma parte de los asuntos públicos en libertad y responsabilidad, ante el Estado y ante la Ley. En sentido sustantivo, la ciudadanía se comprende como una construcción social, producto de los diferentes procesos históricos vinculados a la conquista de los derechos civiles, políticos y sociales de una comunidad; como identidad colectiva, se confronta siempre con la diferencia, la exclusión y la diversidad, puesto que las sociedades democráticas son plurales.

Así entendida, la ciudadanía no es un fenómeno dado per se, sino que se construye al menos por tres dimensiones interrelacionadas: 1) de la relación entre el Estado y sociedad civil 2) en la definición de sus derechos y obligaciones, regulando el comportamiento e interacción sociales; y 3) en la participación y deliberación política, entendida como el proceso en el que la persona se involucra en la toma de decisiones públicas.

En suma, la ciudadanía mexicana debe ser el eje articulador de los cambios que el país requiere. Los esfuerzos del gobierno, cualquiera que sea, por cambiar la realidad social deberá ir aparejada a una ciudadanía que esté a la altura de esas exigencias de cambio o de mejora constante. El cumplimiento de un Estado constitucional de Derecho requiere ciudadanos que cumplan la ley y que exijan su cabal cumplimiento. Una democracia consolidada requiere ciudadanos informados, participativos, críticos y reflexivos; tolerantes e incluyentes. El país del que nos enorgullecemos en las celebraciones cívicas, en diversas fechas del año, exige a su vez que los ciudadanos tomemos con responsabilidad esa cualidad y aportar, desde nuestra individualidad, en la búsqueda de mejores condiciones de vida para todos. Lejos del llamado a la guerra que menciona nuestro himno nacional, hoy el país requiere verdaderos ciudadanos; dejar de ser súbditos que rindan pleitesía a un líder máximo y ser cada día ciudadanos más críticos y participativos ante los complejos asuntos públicos. Atendamos ese llamado permanente.