Leticia Villaseñor
“Lupe” y “Clara”, dos internas del penal de Atlacholoaya, bordan y tejen sin parar. Apenas levantan el rostro de sus labores para dar una mirada descuidada a su alrededor para de inmediato retomar el paso. Ambas presencian un sketch de navidad.
Lupe tiene entre sus manos un lienzo con un jinete y un caballo; tensa la tela con unos aros metálicos grandes y mete y saca una especie de aguja que tiene el hilo en la punta mientras la madeja da vueltas en el piso con cada puntada. Clara muestra su habilidad para tejer, en unas dos horas terminó una bufanda azul con blanco.
Ambas mujeres, ya entradas en años, realizan labores de una mujer de pequeñas comunidades, a quienes es común encontrarse sentadas en sus sillas en los portales de las casa al atardecer.
Pero ni Clara ni Lupe están en la puerta de sus casas. Ambas están recluidas en la sección femenil del Penal de Atlacholoaya con otras 150 internas.
Han pasado toda la tarde en el pequeño patio que sirvió de escenario para un sketch dramático de una madre abandonada por los hijos, que muere en la víspera de navidad. Las internas lloraron con la obra, no así Clara ni Lupe. Ellas no.
“No se oye”, dice Lupe, quien está al borde de la cancha multiusos debajo de una lona desgarrada que hace de techo. “No oigo lo que dice, y mire, ya se pusieron a llorar. Pa qué hacen cosas tan dramáticas”, expresa fastidiada.
Clara sólo la mira, deja por unos momentos el tejido, hace un ademán de réplica, mueve la cabeza y retoma su tejido.
El caballo de Lupe ya toma forma. El bordado es parejito, dorado. Voltea la tela y saca unas tijeras sin punta para cortar hilos.
Lupe purga una condena de 30 años por secuestro, Clara por homicidio. Delante de ellas hay varias internas jóvenes que aplauden el fin del sketch y reciben animosas el grupo de 20 internas vestidas de rojo que van a bailar una canción de banda.
Las faldas y los chalecos los cortaron y cosieron en reclusión. Las faldas están bien trazadas, no así los chalecos, pero ni a las internas ni a las que bailan les importa.
Anuncian en el sonido, que tiene constantes fallas, que verán una pastorela. Con una ambientación precaria, pero con buenas ganas y buen talento, las internas pasan una hora entre risas.
“Estoy segura que hasta se olvidaron dónde estaban, desaparecieron los muros”, expresó Eva Mariela Juárez Martínez, conmovida hasta las lágrimas. “Estoy segura que desearían estar en cualquier otro sitio”, y con ello ocasionó de nuevo el llanto entre varias internas.
“Virginia” camina de un lado a otro con un pequeño en brazos de 9 meses y sigue a ratos la trama. Lleva 13 años recluida, sin visitas regulares de su familia por que ésta vive en Veracruz.
Fue recluida por homicidio. Cuando sólo tenía 18 años, su primer hijo, de meses también, enfermó, lo llevaron al hospital y murió, Ella fue acusada por el homicidio del menor y sentenciada a 30 años.
“Todo pasó muy rápido, no sé por qué me acusaron”. Virginia tiene ahora 30 años, es robusta y tímida. Cuenta entre lágrimas las causas que la llevaron hasta el penal, pero no revela qué pasó con su pareja, por qué el niño enfermó o si sufrió violencia. Solo se encoge de hombros mientras dos lágrimas surcan su rostro.
Su condena fue reducida tras una apelación a 22 años. Virginia trata de portarse bien, participar en todas las actividades y sumar “puntos” para el expediente. “Me faltan 8 años”, hace una pausa para seguir. “Quiero estar con mis hijos, con este pequeño”.
Afuera de los muros se encuentra su otro hijo, “Alán” de 5 años, y “Diego” al que tiene en brazos, lo tendrá con ella hasta que cumpla tres años.
Es un proceso largo, comenta la directora del penal. Con las reformas a las leyes los niños sólo pueden permanecer en el lugar hasta los tres años. Adentro hay un Cendi, el jardín de niños fue cancelado por dichas reformas.
“Tanto las mamás como los niños pasan por terapia psicológica, se les explica que ya no van a vivir con sus mamás en el penal y eso siempre es un proceso doloroso pero es por el bienestar de los pequeños que deben aprender a vivir en un ambiente externo”.
Alán vive en Veracruz y si no hay reducción en la sentencia de Virginia, quien asegura que desde la apelación no sabe nada de su caso, de eso hace ya 5 años, Diego también se irá a la tierra de los jarochos.
Además de Diego, hay otros cinco bebés, uno de ellos hizo de Niño Jesús en la pastorela, y otros dos niños de unos tres o cuatro años.
Luego del acto, que duró más de dos horas, las reclusas son llevadas de nueva cuenta a sus dormitorios donde tomarían su cena.
Ya es muy tarde para que estén en la zona del comedor, dijo una de las custodias, con quien la mayoría de las reclusas parece se llevan bien.