Por Everardo Monroy Caracas

 

—Ve por un jugo, amor y unas lunetas de chocolate…El viaje será largo…

—¿Por qué esta ocurrencia a cinco minutos de la salida?

—Es el último sacrificio. Imagina lo que haremos a partir de mañana…

—No lo puedo creer, en serio. Dos millones de dólares…

—Debes creerlo… Ya tenemos el cheque… Lotto Quebec hizo su trabajo…

—Viste cómo Irene y Rubio casi enloquecen al saber la noticia… Irene fue renuente. Ella hubiera obtenido una tajada de los dos millones… Lo siento por Rubio que seguirá tambien atado a la agencia de publicidad…

—De inmediato, la agencia buscará a alguien que te sustituya, amor. Nadie sobra o falta en estos tiempos…Pero dejemos de hablar tonterías y por favor… ve por el jugo y unos chocolates…

—Mira, el chofer del autobús no deja de mirarte… Me molesta… Te he dicho que no uses tanto escote… Casi se te salen las tetas…

—Celoso… Allez, allez… El jugo de naranja y los chocolates…

—Deja agarrar el abrigo… No quiero enfermarme, menos ahora que nos estamos por ser ricos… Ya quiero imaginarme panza arriba en una playa de Varadero, hinchándome de mojitos y langostas a la plancha…

—Nunca debemos perder nuestra capacidad de soñar… Y gracias por confiar en mí, amor…

Silvio se aleja. Carmina no ingresa al autobús, sino abandona a grandes trancos el andén. Ni siquiera mira hacia atrás.

En el dépanneur –así llaman a los estanquillos en Quebec–, Silvio observa que tres personas —una mujer y dos hombres— aguardan su turno para pagar. Le incomoda el retraso.

No está dispuesto a regalarle los dos dólares al indiano.

Los jugos están en oferta: tres por dos dólares.

Las lunetas de chocolate cuestan un dólar. En el bolsillo de la camisa tiene un billete de cinco dólares con el grabado del Primer ministro francófono, Sir Wilfrid Laurier, orgullo de los quebequés.

Su teléfono portátil repica.

—Voy…ya voy amorcito… Solo falta que una mujer pague… Menos de un minuto…

—Olvídate del jugo y los chocolates… Solo te hablo para despedirme…

—Déjate de bromas, Carmina…

—No es ninguna broma. Lo nuestro ya no funcionaba. Tú cada día apestabas más, como un cerdo. Y mírate en el espejo: eres una asquerosa bola de grasa…

—Dime, por favor… que es una más de tus bromas…

—¡Silvio, Silvio! Supuse que eras inteligente. Y aun estuve dispuesta a superar mi asco, si el cheque salía solo a tu nombre. Te agradezco que lo registraras ante Lotto Quebec tambien con el mío… ¡Nunca imaginé cuánto me querías! El problema es que, en mi caso, nada siento por ti… Miento, algo siento: ¡repulsión y coraje!

—No puedes echar a la basura nuestros veinte años de matrimonio, de luchar hombro con hombro, amor…

—No me digas, amor… Eres un pendejo. Desde que provocaste el aborto, lo nuestro dejó de existir…

—Fue un accidente…

—¿Accidente? Ya no mientas. Si no te refundí en la cárcel en esa ocasión, fue porque yo era una estúpida. ¡Estaba enamorada de un cobarde estúpido!  ¡Tú me empujaste! ¿Ya se te olvidó?

—Eso fue hace diez años… Se trató de un accidente… y es un asunto superado….

—Quedar estéril y perder a una hija que le daría sentido a mi vida… ¿Es algo que puede superarse? Te pregunto: ¿Es algo que puede superarse?

—Hablémoslo frente a frente…

—Demasiado tarde, Silvio… Patrick está a mi lado y en su automóvil… Por lo mismo, decidí hablarte por teléfono…

—Si así lo quieres… Solo recuerda que quien ríe al último, ríe mejor…Suerte con tu nueva pareja, veinte años menor… Ilusa, pensabas que no lo sabía…

Silvio interrumpe la conversación. Hace una mueca, parecida a una sonrisa. El indiano, de cabello relamido y anteojos, devuelve los dos dólares y guarda, en una bolsa plástica, los jugos y chocolates.

Durante la modesta transacción, Silvio, sin mirar al propietario del establecimiento, dice en castellano:

—Sabe usted que hace seis años un chino de un dépanneur me vendió un billete de lotería…

No le importa que el tendero sea ajeno al contenido de sus palabras.

—¿Pardon?

—Resulta que al día siguiente, al regresar del trabajo, comprobé que era el billete premiado con seis millones de dólares. Se lo dije a mi esposa. Juntos nos presentamos al depanneur. El maldito chino me vendió un billete-muestra con los resultados de la semana anterior. Por lo mismo, todos los números coincidían. El empleado nos observó con conmiseración. En vez de reprocharnos, le pidió al intérprete que nos dijera que lamentaba el engaño. Carmina no habla francés y dejé que la mentira continuara. La hice creer que iría a las oficinas centrales de Lotto Quebec en Montreal para recoger el cheque. Así que lo diseñé en el ordenador de la oficina e imprimí con el logotipo de Lotto Quebec. Lo puse a nombre de Carmina. Solo intenté ganar tiempo para recomponer nuestro matrimonio. En la ciudad de Quebec haría perdidizo el cheque y culparía a ella del descuido. Estaba al tanto de su infidelidad con el cartero. La pasión nos quema el entendimiento. Desde que dejé Colombia y la policía migratoria me entrevistó, jamás me sentí tan miserable, como en aquella ocasión…

—Bonne journée… —saluda el tendajero.

—Aussi par vous…

Tras franquear la puerta y aspirar aire fresco, Silvio camina en sentido contrario de la terminal de autobuses.

El teléfono celular vuelve a repicar. Silvio mete la mano al bolsillo del abrigo, lo extrae y comprueba que se trata de Carmina. Y de inmediato lo arroja a un contenedor de desperdicios.

Las langostas a la plancha de Varadero aguardarían su presencia en otra ocasión.

Y empezó a canturrear Va pensiero de Verdi…

…Va, pensée, sur tes ailes dorées…

 

*Everardo Monroy, periodista y escritor nacido en Veracruz pero radicó en Tepoztlán, Morelos donde escribió dos novelas sobre el conflicto del Club de golf en la década de los 90.

Actualmente vive en Quebec, Canada desde donde alimenta su portal Días postreros.