Por Marco Lara
Llegó a mi «bandeja de entrada» el apetecible programa del Coloquio «Nota Roja: Lo anormal y lo criminal en la historia de México» [Ciudad de México, agosto 6-8, 2014], organizado por Instituto Nacional de Antropología e Historia, INAH, y que propone una mirada multidisciplinaria de este fenómeno cultural, con la participación de historiadores, antropólogos, sociólogos, psicólogos y escritores.
Me parece un ejercicio necesario, interesante y, como dije ya, apetecible. Pero algo me inquieta: su ambigüedad.
Con frecuencia hay reuniones de personas que comparten una visión; pienso en los festivales rockabilly, las reuniones de emos o góticos, y las marchas zombie, por ejemplo. Ahí conviven, exhiben su parafernalia, se actualizan y se reivindican ante los otros.
No es que compare esto último con el Coloquio, pero me parece que la ambigüedad de su convocatoria lo sitúa en ese riesgo.
La «nota roja» es algo más amplio y complejo que un género periodístico; es lo que la sociología de la comunicación denomina un frame, en este caso relativo al abordaje noticioso de los conflictos, el delito y las violencias.
Aunque en México surgió con la denominación «nota roja» a mediados del siglo XIX —y con otras semejantes en el mundo—, a la par de la industria noticiosa propiamente dicha, tiene hondas raíces medievales que se entremezclan con narrativas indígenas originarias.
A contracorriente del desarrollo democrático en el mundo, en nuestro país y en otros de nivel democrático semejante, la «nota roja» ha conseguido sobrevivir y recrearse, en tanto frame característico de la modernidad, con el «infoentretenimiento», el framenoticioso de la posmodernidad. Y lo ha conseguido no solo por ser tan supuestamente «atractiva» entre diversos grupos sociales, sino por la prevalencia de un sistema político autoritario.
La «nota roja» es el componente superestructural del sistema de justicia penal inquisitivo y por eso persistirá hasta que este prevalezca. En Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México, Carlos Monsiváis lo expone de forma magistral, aunque luego, por desgracia, su visión haya sido banalizada por reinterpretaciones que han convertido este debate en uno donde la «nota roja» aparece como un componente social idiosincrático, folclórico, cómico y hasta entrañable.
Desde que existe, el Estado mexicano moderno ha sido autoritario y la justicia penal es uno de sus mecanismos de control social. A través suyo ha discriminado, criminalizado, estigmatizado, animalizado y basurizado a determinado tipo de personas y grupos sociales, legitimando o invisibilizando su estigmatización, exclusión y aun su eliminación.
Las élites identifican al enemigo, el sistema penal lo criminaliza, la industria de las noticias consuma el tribunal paralelo y un público acrítico e indolente se intimida o entretiene. Es así como en México, aún hoy, ser calificado como «madre soltera», «víctima de un crimen pasional», «homosexual», «sidoso», «estudiante», «desempleado», «alcohólico», «cocainómano», «narcotraficante», «presunto», «sicario» o «muerta de Juárez» basta para aniquilar socialmente a una persona o un grupo.
¿Cuál es la posición de los organizadores del Coloquio «Nota Roja: Lo anormal y lo criminal en la historia de México» sobre esto? ¿Vamos a escuchar historias folclóricas, extraordinarias, terroríficas, entretenidas o hilarantes? ¿Y el debate democrático, los derechos humanos, la legalidad? El programa es ambiguo en ese sentido y no es un dato menor: el INAH pertenece al Estado mexicano, ese mismo que al ser gobernado por el presidente Felipe Calderón produjo con su política de seguridad militarizada decenas de miles de personas secuestradas, asesinadas o detenidas arbitrariamente, que al mismo tiempo fueron exhibidas por el gobierno en los medios, de forma deliberada, justo sirviéndose de la «nota roja» y el «infoentretenimiento».
Aparte, desde el 2000 han sido atacados, secuestrados, asesinados o desaparecidos cientos de colegas periodistas que cubrían «nota roja» para empresas de noticias —que de esta manera nos someten a los periodistas policiales y judiciales a un riesgo adicional.
Nada de esto es folclórico, pintoresco o tragicómico: la «nota roja» es el mecanismo deviolencia simbólica que legitima y refuerza la violencia directa.
Alguien podría refutar que el Coloquio se refiere a la «historia de México», pero la historia es presente o pasada, y aquí hay otro aspecto ambiguo de su convocatoria.
El INAH y los académicos tienen un compromiso ineludible con la sociedad mexicana, y al menos en el programa del Coloquio no se vislumbra cómo lo honrarán.
Es por eso quizá que me vinieron a la mente los encuentros de rockabilly, emos, góticoso zombie.
@Edad_Mediatica