Por: Uzziel Becerra
Los fenómenos políticos pueden ser analizados e interpretados de muchas formas, incluyendo categorías y métodos aplicados al estudio de los acontecimientos del presente y del pasado. Así podemos hablar de etapas, procesos y transiciones de la vida pública, y los estudios sobre los partidos políticos ofrecen perspectivas importantes para entender la llamada crisis de representación política y de partidos que ofrecen candidatos a los cargos de elección popular.
El sistema de partidos puede ser definido, según Caramani, en sentido estricto como el conjunto de organizaciones partidistas que compiten y cooperan en la arena electoral y legislativa con el fin de incrementar su poder en el control del gobierno. Su articulación depende del resultado de interacciones de la competencia electoral entre los partidos, de ahí su estrecha relación con el sistema electoral; ambos subsistemas del sistema político.
Hablando de etapas y transiciones, el sistema de partidos en México tuvo su primera etapa en la consolidación del Partido Hegemónico pragmático, como lo sentenció Giovanni Sartori. El Partido Revolucionario Institucional, con su estructura y disciplina partidaria, logró capturar a las instituciones y autoridades electorales para asegurar una competencia político-electoral limitada, en la que no pudieran perder su poder-control mayoritario.
Una segunda etapa del sistema de partidos se vivió en la década de los noventa cuando se transitó de la competencia limitada a ser un sistema verdaderamente competitivo y multipartidista, consolidándose tres partidos principales, en torno a los que giraba la contienda por el poder: PRI, PAN y PRD. Los tres partidos obtuvieron triunfos en el país, en todos los niveles de gobierno y en la conformación del Poder Legislativo.
A la luz de los hechos ocurridos el año 2018, con el aplastante triunfo de MORENA, algunos autores empiezan a señalar tendencias que pueden marcar el comienzo de la transición hacia tercera etapa del sistema de partidos. Para entender lo anterior, debemos analizar el particular caso del Movimiento de Regeneración Nacional, encabezado y fundado a partir de la ruptura de Andrés Manuel López Obrador del PRD.
MORENA es considerado por la literatura como un partido-movimiento, caracterizado por iniciar como agrupación cívica y movimiento social con una causa específica. Como su nombre lo indica, López Obrador se abanderó por la “regeneración” nacional, ahora “transformación”. Llegando a la arena electoral, MORENA capitalizó el hartazgo ciudadano de la corrupción característica de los gobiernos panistas y priístas, logrando mayoría en ambas Cámaras del Legislativo y, por lo tanto, una Presidencia de la República con un amplísimo poder de acción.
Sin embargo, debido a la estrategia de personalismo presidencial, en la que es más importante la figura del presidente sobre los liderazgos del partido, MORENA es un partido con un grado de institucionalización interna débil. Su dependencia respecto al liderazgo carismático de López Obrador, cuya autoridad política en los procesos de toma de decisiones y de la selección de líderes y candidatos se encuentra incluso por encima de los estatutos y reglas formales del partido, corre el riesgo de fracturarse en facciones dicotómicas e irreconciliables. Un escenario como el que experimentó el PRD.
Por otra parte, un fenómeno que corroe y fractura a los partidos políticos es la llamada la cartelización del sistema de partidos, entendida como la cooptación de los recursos estatales partidistas, convirtiendo la lógica de la afiliación política o militancia, que es un derecho político-electoral de los ciudadanos, en la lógica de los beneficios económicos, corrompiendo el fin constitucional de los partidos políticos de promover la participación del pueblo en la vida democrática. La aspiración de las organizaciones políticas para constituirse formalmente en nuevos partidos políticos puede esconder en el fondo el único fin de la gestión de recursos financieros para sus militantes, sin contar con una plataforma política clara, agenda gubernamental o legislativa concreta.
Un caso particularmente interesante ha sido el de los llamados partidos satélite, siendo partidos que se encuentran orbitando alrededor de los partidos principales, creados con el fin de apoyarlos política y electoralmente, subordinándose a sus causas y agenda política, permitiendo además que los partidos principales tengan un margen de flexibilidad y negociación respecto del apoyo minoritario que puede llegar a ser determinante en el cabildeo de leyes y reformas constitucionales en pugna. En torno a la tercera fase del sistema de partidos, hoy podemos observar que estos partidos satélite comienzan un proceso de individualización, por la desarticulación de los partidos principales. Su opción es adaptarse o morir, no alcanzando los votos mínimos para mantener su registro y financiamiento.
La desafección de la confianza ciudadana en los partidos políticos no es exclusiva de su esfera externa, sino que dentro de los mismos partidos, su organización, liderazgos y estructura, los conflictos en torno a la democracia interna han salido a la luz recientemente. Tras la elección del Revolucionario Institucional por la dirigencia nacional del partido, Ivonne Ortega, ex aspirante a la presidencia del PRI y ex gobernadora de Yucatán, anunció su renuncia al partido tras 29 años de militancia, denunciando que las elecciones internas estuvieron marcadas por viejas prácticas que “le han ameritado humillantes calificativos y el rechazo de los ciudadanos que, es bien sabido, le dieron la espalda en las recientes elecciones constitucionales”. Así, su actual dirigente nacional, Alejandro Moreno, llega sin la legitimidad suficiente para construir la renovación del partido. En la alta esfera de los liderazgos de MORENA se han gestado conflictos al interior del Senado de la República, entre Martí Batres y Ricardo Monreal, tras la votación de la bancada parlamentaria para definir a quién propondrán para presidir la Cámara alta a partir de septiembre, acusándose de irregularidades en el proceso de elección de Mesa Directiva del Senado.
En tiempos donde el Ejecutivo Federal regresa a las prácticas corporativistas y ejerciendo un mandato hiperpresidencialista, como en tiempos de la hegemonía priísta, los partidos tienen el enorme reto de articularse y construir una oposición lo suficientemente sólida para hacer el equilibrio en la correlación de fuerzas parlamentaria, haciendo funcionar el sistema de equilibrio de poderes y posibilitando la rendición de cuentas gubernamental. Sin partidos capaces de reconstruirse, disciplinarse e institucionalizarse en reglas claras y procedimientos de elección interna transparentes, es decir, democracia interna, el sistema de partidos seguirá fracturándose, permitiendo que la única voz escuchada sea la del Presidente y relegándolos a la irrelevancia política.