Por Leticia Villaseñor
Tlaquiltenango, Mor.- 21 de septiembre.- A José Miguel lo consume la culpa y el dolor. El joven de 25 años, de cuerpo espigado y ojos dulzones, de oficio carpintero, llegó a Jojutla al mediodía para poner un riel en un domicilio. Su patrón le dio la dirección de la casa, a una cuadra de la cabeza de Benito Juárez, en el centro del municipio.
Compró algunos enseres para su labor y pasaban de las 13:00 horas cuando se dirigió al domicilio señalado. Ya no llegó. El temblor lo tomó por sorpresa en pleno vía pública. Cuando pasó el movimiento telúrico, los gritos de terror y las llamadas de auxilio inundaron el ambiente polvoso y en ruinas.
José Miguel no lo pensó dos veces, de inmediato ayudó a varios hombres que luchaban por arrancarle a la muerte a un hombre de la tercera edad, entre todos lo lograron. Quitaron los escombros y el abuelo fue llevado al hospital.
«Así como ayudé a varios extraños, sabía que alguien más ayudaría a mi esposa y a mis tres hijos», pensó, y no se equivocó. Su familia no sufrió daño alguno, sólo el miedo que el sismo de 7.1 grados con epicentro en Morelos dejó tras de sí.
Pero llegó un momento en que ya no pudo más. Tuvo un presentimiento con su casa y tampoco se equivocó. Llegó a la calle Lerdo de Tejada, a unas cinco cuadras del centro de Tlaquiltenango, el más grande de la entidad, con una extensión de 543 kilómetros y casi 30 mil habitantes.
Bajó la calle y vio la casa de la esquina derruida. Dobló de nuevo y vio a su padre, un hombre de unos 50 años con su pala. Todo se vino abajo y aplastó los juguetes de sus hijos de 6, 5 y 3 años de edad. La bicicleta en la que se desplazaba quedó inservible, sólo tres pedazos de paredes inclinadas fueron testigos de lo que horas antes fue su hogar.
La casa perteneció a su familia, que la edificó unos 60 años atrás. La casa de una sola planta era fuerte «maciza», aguantó varios sismo, como el del «85» o el del pasado 7 de septiembre, pero no el del 19 de septiembre, cuando se conmemoraron los 32 años de aquel terremoto que destrozó la capital del país.
A José Miguel se le ruedan las lágrimas y se le quiebra la voz al recordar la triste escena, su padre, un hombre mayor, apaleaba solo los escombros, pero de inmediato se obliga a recomponerse. Está delante de su esposa y sus hijos. «Ahora me toca darle, que no me digan que no estoy con ellos, que no les hice fuerte», y de nuevo una lágrima recorre su rostro mientras su joven esposa no despega la mirada del suelo terregoso.
El pasado miércoles una cuadrilla de voluntarios, a saber de dónde porque desde que se supo la desgracia han llegado del Centro y norte de la república de manera incesante. Derribaron las tres paredes que quedaron pie y con ello la historia de José Miguel, que con las manos llenas de ampollas y sucias toma el extremo de la manga y se limpia la nariz.
Subío a casa de su suegra que vive a unas cuantas cuadras de lo que era la suya, eran las 4 de la tarde. Cuando llegó a la avenida Morelos vio en la esquina los despojos de lo que fue una tienda, toda la construcción se vino abajo. Escuchó que alguien pronunció su nombre seguido de un ¡papá! Corrió a abrazar a su familia pero también a darles la noticia de que no tenían más un hogar. A pesar del impacto, su esposa quien venía acompañada de la madre del joven insistió en ver el panorama. Los niños lloraron cuando vieron los escombros pero les duró poco. Por la mañana tomaron por asalto el lugar, treparon sobre los desechos de su casa y corrieron seguidos de dos pequeños perritos, uno negro y uno café.
La familia pasó la noche en un jardín de eventos «Los Alcatraces», cuya propietaria es Leonila quien se organizó y entre sus familiares, vecinos e incluso algunos afectados pidieron colchonetas, colchones, comida, servilletas, vasos, bolsas de basura, papel higiénico.
La familia de José Miguel y otras 40 más se conformaron en una sola para mantener limpios los baños, recoger la basura y en general, pasar el tiempo en tanto se levantan los escombros de la ciudad. Sin saber cómo, los payasos «Los Destrampados» que se hicieron famosos por aparecer en el programa Venga la Alegría llegaron al albergue. Ambos también fueron damnificados tras el sismo en la Ciudad de México, por lo que decidieron acudir a las zonas más afectadas para llevar un poco de entretenimiento para que olvidaran la tragedia y lo consiguieron. Por una hora la gente se arremolinó, bailó y rió de buena gana, como si afuera no hubiera caos.
José Miguel ignora qué hará en un futuro próximo. Pidió ayuda a su patrón para que no lo deje en su peor crisis pero también le exige al presidente Enrique Peña Nieto que el compromiso que hizo ayer frente a cientos en Jojutla se haga extensivo a todos los afectados, sin importar de qué poblado, municipio o estado son.