Por Leticia Villaseñor
Zacatepec, Mor., 19 de octubre.- En un pequeño campamento improvisado con lonas rojas y azules cuelga un letrero “Damnificados de la Hacienda Vieja piden su ayuda”.
El casco de una hacienda con más de 300 años de antigüedad está rajado por sus extremos, el techo y las paredes derruidas, el lugar es inhabitable, tiene marcas rojas que significan derrumbe. Su carácter de edificio histórico obliga al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) aplicar el seguro pero como el lugar fue donado desde 1939 para los trabajadores del Ingenio de Zacatepec, ni el instituto ni la Secretaría de Gobernación darán ayuda a los 119 damnificados que quedaron sin casa.
Pedro Barbosa, uno de los habitantes de la exhacienda, camina entre los escombros de lo que fue su casa. A un costado, frente al mercado municipal que será derruido, están su esposa y sus dos hijos en un pequeño campamento hecho solo con lonas y a modo de barricada, los pocos muebles que quedaron servibles entre toneladas de escombros. Un letrero da la bienvenida “Damnificados de la Hacienda Vieja piden su ayuda”.
Los damnificados fueron censados por las brigadas de los tres niveles de gobierno, hace un par de semanas, pero fueron advertidos que al ser un edificio histórico éste no entra en el Fideicomiso Fondo de Desastres Naturales (Fonden) y la responsabilidad se la “endilgó” al INAH que a su vez se desentendió del caso al objetar que es un lugar habitado y el seguro que hay para cada edificio bajo su resguardo, no aplica.
“Se imagina cómo nos pusimos, nos quedamos sin casa, sin pertenencias, vivimos a la intemperie porque nadie fue capaz de darnos una casa de campaña siquiera para guarecernos de la lluvia. No nos vamos de aquí porque entonces la federación dirá que abandonamos el lugar y puede expropiarlo”, detalla Barbosa.
El lugar fue donado a los trabajadores del ingenio a través de un decreto presidencial en 1937. Desde entonces funge como una especie de vecindad. Las casas eran de dos cuartos muy altos y amplios dispuestos en “u”.
El día del temblor, la esposa de Barbosa apenas la “libró”. Vio cómo cayeron las paredes y se topó con sus vecinos, familiares también, que al igual que ella debieron esquivar pedazos de techo, tabique, muebles, vidrios rotos.
Los gritos de los demás habitantes y de las cosas al caer incrementaron el nivel de pánico. Enormes grietas se abrieron en los balcones, que dan hacia la iglesia de Santiago Apóstol y el estadio Agustín “Coruco” Díaz, y parte de las columnas de la exhacienda se vinieron abajo.
A un lado de la casa de Barbosa está una casa que era propiedad de la iglesia. Nadie vivía ahí pero el desastre también la alcanzó. El miedo y el instinto por sobrevivir fue lo que hizo que los vecinos del lugar salieran.
En la parte que da al mercado vive Ángel, un pequeño de apenas 8 años que tiene parálisis. El movimiento violento volcó su silla de ruedas y eso lo protegió del embate de los escombros al caer. Esa parte de la exhacienda fue la más dañada. Entre varios vecinos sacaron al niño, quien no sufrió más que unos cuantos rasguños.
Los vecinos piden a la federación ayuda para ser reubicados, para reiniciar sus vidas sin tener que hacer brigadas de vigilancia por las noches. “Ya no queremos ser parte del paisaje, necesitamos ayuda pero nadie resuelve”, comenta finalmente Barbosa.