Por Moisés Sánchez
Yautepec, Mor., 10 de octubre. – La comunidad de La Nopalera, situado al sur de Yautepec, alberga extensos campos de sorgo o maíz pero también destrucción. Tras el sismo del 19 de septiembre la mayoría de casas sufrió daños irreparables, sin embargo, fiel a su historia revolucionaria se resiste a caer.
El pueblo, aunque pequeño, tiene origen casi centenario. Fue unos años después de la revolución, cuando Eustaquio Jiménez y Francisco Franco por órdenes del general Emiliano Zapata buscaron un lugar donde erigir un bastión que resguardara a algunas tropas revolucionarias y sus familias.
Terminada la guerra, la comunidad quedó vacía pero Jiménez y Franco no olvidaron el espacio y trajeron familias de Puebla y Guerrero, recuerda Celio Toledano Morgado, de 88 años, uno de los habitantes más longevos de La Nopalera.
El proceso de reconocimiento fue largo. El primer paso fue en la administración del presidente Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940) con la repartición de tierras, pero el reconocimiento legal llegó hasta la década de los 80, con Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). De las casas de palo que se hicieron en un principio poco queda, la modernización iba poco a poco, algunas calles ya estaban pavimentadas y echas de adobe o concreto; ahora, casi todas las calles de la pequeña comunidad, ubicada a casi dos horas y media de la Ciudad de México, lucen vacías, y las que no están ocupadas por habitantes recogiendo los pocos escombros que quedaron tras la demolición y limpieza de sus casas.
La casa de Eustaquio Jiménez, coronel de caballeriza de Emiliano Zapata, desapareció hace años, por el deterioro y el que no hubiera apoyo gubernamental para darle mantenimiento, asegura Catalina Cabezón Bustamante hija adoptiva del único descendiente de Eustaquio.
Ahora entre la avenida Morelos y la calle Eustaquio Jiménez no hay museo ni ruinas de donde durmió el coronel, sólo una construcción nueva.
“En ese tiempo no se le tomó la importancia necesaria para que se conservara y quién sabe si con lo que pasó (el sismo) hubiera resistido”, refiere Catalina ya que su residencia no soportó el movimiento telúrico, está agrietada en puntos importantes.
Catalina reconoce que Eustaquio no fue su abuelo de sangre, pero llegó a quererlo y por todo lo que le contaba su papá, “todos lo reconocen porque hasta su muerte hizo lo mismo que Zapata, peleaba que las personas fueran honradas y no se agarraran cosas que no fueran de suyas, y por eso lo mataron”, contó Catalina.
De las casi 400 viviendas de La Nopalera, 134 ya no tienen reparación y sus dueños serán apoyados por el Fondo de Desastres Naturales, en esos espacios hay casas de campaña azules y chinas. Otras 160 están con averías moderadas y leves, cuyos propietarios están a la espera de ser auxiliados por el gobierno estatal.
A pesar del panorama caótico y la dificultad que representará levantar de nuevo tantas casas, la opción de marcharse a otro lugar no es viable entre los residentes de La Nopalera, la mayoría de sus habitantes conocen su legado histórico y lo abrazan.
“A dónde más vamos, somos de aquí. Mi casa también se estrelló, pero me da orgullo pertenecer aquí, aquí me críe, yo amo a la tierra más que a mi vida, aquí me van a enterrar. Yo jamás saldría de aquí. En estas tierras corrieron millones de sangre para que fueran nuestras”, sostiene Celio Toledano, con la voz entrecortada y los recuerdos de una guerra que no peleó en los ojos.