De la redacción
Siempre existen alternativas respetuosas para educar a nuestros pequeños, a menudo son aproximaciones que exigen al adulto cuidador o educador mayor conexión, disposición y compromiso emocional, esfuerzo que no debemos escatimar si queremos conducir a nuestros pequeños en el proceso de socialización a través del amor y el respeto a su integridad como personas. Hoy les traigo diez de ellas. Espero les sirvan de ayuda.
- Adaptar los límites del entorno a las necesidades del niño. En lugar de forzar al niño para que se adapte a nuestras exigencias y expectativas adultas en todo momento, ¿por qué no adaptar el entorno, la casa y nuestras expectativas a las particulares necesidades del momento evolutivo que atraviesa nuestro hijo? A fin de cuentas se trata de una transición. Los niños crecen y llegará el día en que podremos organizarnos y organizar las rutinas y la casa en “modo adulto”. Para ahorrarnos peleas y dolores de cabeza, cuando nuestra hija de dos años despliegue la necesidad de explorar y rasgar las revistas a su alcance en casa, retiremos las nuevas y pongamos revistas viejas que sí pueda rasgar. Si los niños necesitan movilidad, explorar, subirse y bajarse de los muebles, dispongamos de un entorno para que lo hagan sin lastimarse y sin que haya objetos de valor que puedan romper o dañar.
- Tal y como recomienda la psicóloga Violeta Alcocer en su post “Límites coordenadas fundamentales”, ante la necesidad de demarcar un límite a nuestro hijo, en lugar de un no rotundo, casi siempre es viable ofrecer al niño un “sí pero hasta aquí” (no puedes montar un campamento en medio de la sala pero puedes hacerlo en el patio o en tu habitación) De ese modo además de que evitaremos entrar en guerra con el niño, frente a los límites connaturales e inevitables que plantea la convivencia, le estaremos enseñando que la vida es un vaso medio lleno y no medio vacío de posibilidades.
- Ser firmes sin ser violentos cuando la situación así lo exija. Si el niño quiere cruzar la calle solo, si le va a pegar al hermano, si quiere agarrar el cuchillo carnicero, si va a romper los adornos de la casa de la vecina, si se quiere tomar la botella de cloro, si quiere poner patas arriba el estante del súper mercado cuando vamos de compras, si se va a subir al balcón, no lo dejamos. Lo contenemos sin violencia mientras le decimos que no y le explicamos porqué. Para ello no hace falta castigar ni pegar.
- Ofrece alternativas en lugar de ordenar. En vez de decir «ve a bañarte ahora mismo», podemos preguntar si prefiere bañarse antes o después de comer. Dejarle elegir permite al niño sentirse respetado. Dar órdenes los condiciona a la sumisión o a la lucha de poder.
- Podemos elegir mostrar los límites de un modo empático y compasivo. En lugar de regañar y castigar, reconoce el deseo del niño aunque no lo puedas complacer (entiendo que estés aburrido y que quieras ir ahora mismo al parque, me encantaría complacerte, pero en este momento no podemos ir por…) Esto hará que el niño se sienta amado y tomado en cuenta con lo cual le ayudaremos a atravesar mejor la frustración.
- Conectarnos y estar atentos a las necesidades del niño para satisfacerlas oportunamente y prevenir que las pida a través de conductas que luego catalogamos de mal comportamiento. Ejemplo típico: Carlitos de cuatro años necesita que su papá lo vea, le hable, juegue con él. Carlitos se lo pide varias veces de diferentes formas a su papá, pero su papá no escucha porque está ocupado leyendo la prensa o atendiendo el celular. Carlitos se queda jugando solo y sin querer rompe el jarrón de cristal con la pelota. Entonces su papá deja todo lo que está haciendo y voltea para regañarlo o pegarle, porque asume que Carlitos “necesita límites y disciplina”. Pero no vio que lo que Carlitos necesitaba genuina y originalmente era mirada, comunicación amorosa, presencia, vínculo. Con lo cual Carlitos aprendió que solo rompiendo el jarrón, logró obtener la mirada de papá. Cuando reconocemos y cubrimos oportunamente las necesidades legítimas de los niños, impedimos que salgan por la puerta trasera.
- En el momento en que mi necesidad se encuentra con la del otro, podemos establecer límites a través del acuerdo y la negociación. Así como los padres estamos dispuestos incondicionalmente a acompañar y adaptarnos a las necesidades de nuestros hijos, a determinada edad en la que ya han adquirido la madurez necesaria, es deseable mostrarle a los niños que, en ocasiones, los demás también necesitan y esperan ser acompañados y complacidos. Por ejemplo, si el niño está aburrido y quiere jugar con nosotros, podemos dejar nuestra tarea para ir a jugar con él, explicándole que luego de un tiempo debemos regresar a la tarea pendiente y que esperamos que nos permita realizarla, “un ratito tú y otro ratito yo”.
- Apalabrar e informar constantemente lo que sucede alrededor del niño, lo que sí podemos hacer, lo que no y porqué. Decir con respeto y paciencia lo que esperamos de él o de ella las veces que sea necesario (eso no lo podemos tocar porque quema, no pegamos ni mordemos a los demás porque hace daño y duele mucho, ahora vamos a cruzar la calle y debes tomarme de la mano porque es peligroso ir solo…). Si respetáramos y reconociéramos su integridad como personas, informaríamos al niño sobre dichos límites en lugar de ordenarles e imponerles.
- Una forma de desplegar límites respetuosamente es procurando un entorno seguro. Los niños menores de dos o tres años no tienen aún la madurez necesaria para recordar y mantener reglas. No podemos esperar que asuman instrucciones tales como no meter objetos en el toma corriente o no abrir los estantes de la cocina donde hay cuchillos o no subir y bajar solos por las escaleras. Tenemos que poner seguro a los estantes, tapar los tomacorrientes o enchufes, cerrar el paso hacia las escaleras con barandas de seguridad.
- Educar con el ejemplo. No le podemos pedir a nuestro hijo que no pegue o grite a su hermano si nosotros le pegamos y gritamos a él. No podemos exigir a nuestra hija que se cuide y se respete a sí misma, si no la respetamos o no nos respetamos y cuidamos a nosotros mismos. Bien lo dice el pediatra y autor Carlos González “No podemos pretender que los niños tengan unos valores que la mayoría de los adultos no han asumido.”