Por Uzziel Becerra
El jueves pasado se llevó a cabo el segundo debate presidencial rumbo a la presidencia de los Estados Unidos de América, entre el republicano Donald Trump y actual presidente nacional, contra el demócrata Joe Biden, quienes habían debatido en una primera ocasión entre reclamos, interrupciones y acusaciones mutuas. Esta vez se apegaron más al formato y plantearon más ideas que acusaciones; los temas versaron sobre la estrategia contra el coronavirus, la economía, salud, política migratoria, cambio climático y las protestas antirracismo. Aunque falta todavía un debate más, las encuestas siguen reflejando a Biden como el candidato favorito. ¿De qué depende el triunfo de Biden o de Trump? ¿Cuáles serán las consecuencias de un triunfo demócrata?
La última encuesta de entrada, previa al segundo debate, registró una preferencia de 51.1% a favor de Biden y 42.5% para el presidente Trump, de acuerdo con la RealClearPolitics. Este segundo debate se llevó a cabo en Nashville, con una duración de 90 minutos. La moderadora fue Kristen Welker, corresponsal del NBC News en la Casa Blanca, quien logró mantener estable el debate y se decantó por silenciar los micrófonos en ciertos momentos para evitar interrupciones. Sin embargo, los señalamientos personales siguieron presentes buscando desacreditarse mutuamente.
Respecto a los temas del debate, Biden reclamó a Trump los más de 200 mil fallecimientos por la falta de un plan de contingencia sanitaria y la falta de una vacuna, mientras que Trump prometió 100 millones de dosis de la próxima vacuna, señalando “soy inmune, me curé, vencí al virus”, transmitiendo fortaleza para sus electores. Sobre el racismo, el expresidente Joe Biden acusó que existe racismo institucional en la administración de Trump, mientras que Trump defendió la idea de ser el mandatario que más ha hecho por la comunidad negra desde Abraham Lincoln. Mientras Biden se enfocó en expresar que el cambio climático es una amenaza existencial para toda la humanidad, y que el gobierno norteamericano tiene la obligación moral de encargarse del tema, Trump hizo énfasis en la forma en que se resolvió el conflicto por la producción de petróleo, señalando “nosotros hemos conseguido que Arabia Saudita, México y Rusia recortaran su producción” logrando estabilizar los precios del hidrocarburo y al mismo tiempo contribuir a mejorar los niveles de contaminación.
Joe Biden ha prometido una reforma migratoria, así como extender la calidad de ciudadanos a los “dreamers”, hijos de migrantes nacidos en territorio norteamericano, nacionalizando 11 millones de migrantes. Mientras que Trump evitó el tema, buscando acusar el maltrato migrante en las pasadas administraciones del Partido Demócrata. Las discusiones más álgidas fueron las referentes a la protección de la salud por la crisis del coronavirus y la procedencia de dinero extranjero, acusándose mutuamente que recibieron recursos procedentes de China y Rusia. “Acepto toda la responsabilidad, pero no es culpa mía que el virus viniera, es culpa de China”, es una de las frases más recordadas de Trump en este segundo debate. Entre muchos otros tópicos, el debate permite visibilizar las tendencias de gobierno que ambos candidatos buscan efectuar en el país vecino.
La fortaleza discursiva de Trump se basa en el énfasis disruptivo de su despliegue gubernamental, rompiendo lazos internacionales y reforzando otros, con una franca narrativa contra China y su economía, así como la exitosa negociación de los hidrocarburos, además, abanderar la idea de “Ley y Orden”, rechazando las movilizaciones sociales. En cambio, la fortaleza de Biden se basa en el cúmulo de causas que se anexan a su candidatura: la política migratoria de protección a derechos humanos, una narrativa antirracismo, mantener un sistema de salud público universal, de justicia social, respeto a las minorías, afroamericanas y latinas inmigrantes entre otras de corte progresista. Lo anterior ha permitido que Biden levante en las encuestas, ofreciendo la única opción posible para derrotar el régimen populista de Trump.
En esa variable, el gobierno mexicano está lo suficientemente comprometido con el gobierno de Trump como para brindar muestras de apoyo recíproco. Prueba de lo anterior es que AMLO declaró que llegó a un acuerdo con el gobierno de Estados Unidos sobre el conflicto del agua en Chihuahua. “Agradecer al presidente Trump, al secretario de Estado, el señor Pompeo, porque tuvimos algunas dificultades para el cumplimiento de este acuerdo. Ellos entendieron la circunstancia especial, la actitud poco responsable del gobierno de Chihuahua… Con el compromiso del gobierno estadounidense de que si necesitamos el agua para el consumo humano, ellos van a proporcionar y si tenemos una situación de sequía severa también la van a proporcionar…Se evitó una sanción, un conflicto”, expresó en conferencia de prensa López Obrador.
Aunado a lo anterior, el reciente conflicto en el que congresistas estadounidenses enviaron una carta a Donald Trump en la que acusaron al gobierno mexicano de violar el espíritu del Tratado de libre comercio (T-MEC) al denunciar que se le da trato preferencial a Pemex y a la CFE al interior de México, dejando de lado a las empresas de Estados Unidos, y cancelando contratos con sus empresas energéticas. La respuesta del gobierno de Estados Unidos ha sido sencillamente ignorar las exigencias de los senadores John Cornyn y Ted Cruz, haciendo previsible que Trump respalde el posicionamiento en México, dada la buena relación entre ambos mandatarios.
Pese a que Trump va por debajo de Biden en las encuestas para las elecciones de noviembre, lo cierto es que el actual presidente cuenta con la institución presidencial y la experiencia de haber contendido y vencido frente a todo pronóstico, pues el escenario de contienda recuerda cuando Hillary Clinton iba por arriba de Trump en las encuestas y, gracias al sistema electoral norteamericano, y aunque en el número de votos por habitante Clinton llevó la delantera, los votos de los electores (por ser una vía indirecta de votación) favorecieron a Trump. En ese sentido, no hay seguridades en dicha elección.
La posibilidad de que Biden llegue al poder en Estados Unidos tendría eco en México, por la franca relación de cooperación que ha mantenido AMLO y Trump, debilitando el escenario de negociación de entrada al gobierno y minando la relación con el vecino del norte, sobre todo en las renegociaciones bilaterales del Tratado de Libre Comercio reciente, el combate al narcotráfico y la cooperación estratégica en las negociaciones internacionales de hidrocarburos, entre otros rubros. En efecto, México necesita una buena relación con Estados Unidos, al menos una estable, para buscar la consecución de los fines del gobierno actual. Sin ese respaldo, muchas expectativas quedarán frustradas y la tendencia personal del presidente de México lo hará regresar a considerar las alianzas con el eje sur latinoamericano. En suma, la elección en Estados Unidos sí podrá cambiar una parte de la realidad política en el continente y en occidente. Atentos, el próximo 3 de noviembre será el último debate y podría haber sorpresas.
*Consejero Universitario de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UAEM. Representante del CEA de la Asociación Mexicana de Ciencias Políticas en Morelos. Secretario de Asuntos Políticos en el Colegio Nacional de Ciencias Políticas y Administración Pública Sección Morelos. Representante de Morelos en el Congreso Nacional Universitario.